jueves, 5 de mayo de 2011

LA GRAN DEPRESIÓN: ¿CULPA DEL LIBERALISMO?


Más que atribuirle la culpabilidad de la Gran Depresión a las ideas originales de Adam Smith, David Ricardo y otros economistas clásicos, que para la época ya habían fallecido.  El génesis de la más terrible crisis de la historia del capitalismo (que aún hoy en día hace batir palmas de euforia a los detractores del mercado y la libre competencia, que defienden a ultranza el socialismo y la agresiva intervención del Estado en la economía) más bien sería un fenómeno no muy publicitado, esto es, el “crack” de la bolsa neoyorquina, lo que marca un paralelismo con la reciente crisis de fines  del 2008, originada también por la especulación financiera y la sed del dinero fácil, en lugar de incentivar el capital productivo. 
¿Qué tiene de liberal esa crisis? En mi opinión nada, porque el liberalismo en su versión original siempre trató de promover la producción y el consumo de forma ordenada, no a través de pirámides financieras que terminarían ahogando el aparato productivo y el empleo. 

            Veamos lo qué pasó en realidad, a través de la lectura de este excelente material académico extraído del siguiente enlace digital: http://olmo.pntic.mec.es/

            Existe una bibliografía inmensa sobre el "crac" de la bolsa neoyorquina en 1929, pero hay un texto, escrito con lenguaje sencillo e ingenioso, debido al escritor francés Bertrand de Jouvenel, La crise du capitalisme americain, que en los primeros años de la recesión explicaba la desaforada especulación bursátil de Wall Street y el señuelo de los plazos para forzar el consumo a través del gracioso periplo económico de Jones, símbolo del americano medio:
            Jones tenía en 1921, 2.000 dólares ahorrados. No sabiendo qué hacer con ellos, compró acciones de la RCA y de la Goodyear a precios entre dos y cinco dólares la acción. En 1924 se felicitó por su ingenio. Sus acciones habían subido y valían ya 10.000 $. Había multiplicado su capital por cinco. Animado, decidió no venderlas y tratar de adquirir otro buen paquete. No tenía dinero, pero, depositando sus acciones como garantía, pudo fácilmente obtener un crédito de 6.000 $, y así volvió a comprar acciones en bolsa. En 1927 sus títulos valían 36.000 $. Lleno de confianza en el porvenir, decide no vender más que lo imprescin­dible para pagar los intereses de sus créditos. Para qué reembolsarlos? Basta con comprar nuevas acciones. Tampoco ahorra ni un dólar, ya que las subidas de la bolsa le enriquecen día a día. Entonces decide comprarse un coche y una buena casa, a plazos ambos, más una hipoteca sobre ésta. Y sigue sus inversio­nes, siempre a crédito, naturalmente. Va a todas las ampliaciones que se le ofrecen. En 1928 posee ya un capital en acciones de 136.000 $, pero como dan muy poco beneficio, tiene que echar mano de su sueldo para amortizar sus crecientes cargas financieras. Impone en la casa una drástica reducción de gastos. Vender acciones? Sólo en último momento. Son un valor seguro y en alza. Al Inicio de 1929 posee ya 285.000 $ en acciones, pero necesita dinero en efectivo de forma ineludible y urgente. Las letras del coche, los plazos de la hipoteca y los intereses de los préstamos obtenidos para la compra de acciones, se comen ya todos sus ingresos. Hay que vender acciones. Pero todos los Jones del país tienen que vender al mismo tiempo.
            Los grandes especuladores hace ya tiempo que se pusieron a salvo, liquidando sus ganancias y tomando posición a la baja. En un mes, las acciones de Jones sólo valen 39.000 $. Su capital en títulos no cubre lo que debe, e innumerables Jones son apremiados por sus vendedores de coches, sus prestamistas y sus banqueros. Hay que vender el coche, la casa y parte de las acciones. Pierde dinero en todas las ventas, pero aún confía en que el resto de sus acciones vuelvan a subir. En 1930 no valen ya nada práctica­mente. En el mismo año pierde su empleo por efecto de la crisis.
                        Esta es la historia de Jones; en definitiva, la historia del pueblo americano.  En ella se ilustran todos los componentes de una crisis. La orgía de la bolsa, el índice de cotización pasó de 79, en 1921, a 448, en 1929. Los préstamos para la especula­ción, de 774 millones de dólares, a 6.800 en el mismo período.  Las compras a plazos de Jones representan el desenfreno consumis­ta, atizado constantemente por la necesidad de dar salida al exceso de producción. Es una prosperidad basada en el crédito y no en la solidez económica”.
            La crisis se produce de una forma intermitente y en octubre del 29 cunde el pánico. Comienza la venta masiva de títulos, quiebran los bancos, se ejecutan las hipotecas sobre fincas, añadiéndose a todo ello la acumulación de stocks. La consecuencia última de todo ello será la Gran Depresión que se extiende a lo largo de los años treinta por todo el mundo capitalista.
            No es posible diagnosticar una causa única, por lo que resulta más racional enumerarlas, reconociéndoles una importancia relativa a cada una de ellas:           

a) La especulación sin relación con la produc­ción económica real.  Esta especulación hay que relacionarla con una inflación producida por la política de dinero barato y facilidad de créditos;
b) Estructura extraordinariamente fragmentada de la Banca americana, favorable a los mecanismos de alza de las cotizaciones y de los tipos de interés;                      
c) Estructura de los negocios favorable a todos los abusos, que propician fraudes y prácticas anticompetitivas.
d) Excesos de libertad (“libertinaje”) y falta de mecanis­mos intervencionistas del Estado para corre­gir los desequilibrios económicos;                
e) Factores psicológicos. Las reacciones de pánico masivo que se producen desde el comienzo de la crisis actúan como un factor de agravamiento de la misma.
            La depresión comienza en los EE.UU. alcanzando una gran profundidad. La producción industrial desciende en un 50%, la de bienes de consumo en un 75% y la inversión en un 55%.       Produciéndose quiebras en cadena de los bancos. Los precios agrícolas se hunden. Se congelan las amortizaciones de préstamos y de hipotecas sobre fincas, que aumentan la cadena de quiebras bancarias y despoja de sus propiedades a muchos campesinos que se ven avocados aun éxodo masivo por el país en busca de trabajos temporales para sobrevivir.  En lo que se refiere a las cifras de paro, en octubre de 1929 se llega a 4,5 millones, en 1932 a 10 millones y en 1933 a más de 13 millones, el 27% de la población activa.         Hasta la víspera de la II Guerra Mundial no se alcanza de nuevo el pleno empleo y el nivel de producción de 1929.

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