miércoles, 24 de agosto de 2011

LA POBREZA: ¿CULPA DEL CAPITALISMO?

Antes de responder a esta pregunta, los invito amables lectores, a leer una CRÓNICA sobre los cargadores del mercado de San Roque, dado que en la maestría en Periodismo que estoy siguiendo en la UDLA, nos pidieron que realicemos una investigación al respecto.  Ahí les va la crónica, espero que les guste, está basada en información primaria (trabajo de campo), en fuentes secundarias y en una entrevista al prestigioso historiador Juan Paz y Miño.


CRÓNICA: “A SUS ESPALDAS, UNA DURA REALIDAD (Los cargadores del Mercado de San Roque)”

            Quito, es la madrugada del martes 23 de agosto del 2011; de una fría noche capitalina, donde toda la ciudad duerme y en la que uno de los autores de esta crónica (Pablo Zambrano Pontón), también se quedó dormido por haber colocado el despertador a las 2:00 PM, cuando debió haberlo puesto a las 2:00 AM.  ¡Llegamos!, es lo importante.  Son las tres y media de la madrugada y comenzamos a verlos en el mercado de San Roque, cargando una gran cantidad de mercadería sobre sus espaldas, ayudados de sus brazos, una soga y la atamba; ¡Qué duda cabe!: ¡Una realidad cruel y lacerante!, fruto de la exclusión y la marginalidad, de no haber tenido las oportunidades de educarse y ser profesionales de provecho de este país, o al menos haber terminado el bachillerato; pues, de las conversaciones mantenidas con ellos, pudimos apreciar que todos tienen como denominador común: ser analfabetos, o haber terminado, tan solo la primaria; a más obviamente de su raza cobriza, de esta raza de América, la indígena andina, la tantas veces marginada, desde la época de la Conquista.
            San Roque, los acoge y a su vez los margina.  Debemos recordar aquí que este tradicional barrio capitalino, se caracterizó desde la época colonial, por ser una parroquia de gran raigambre indígena (Jurado, 1993), constituyéndose en la mano de obra destinada al servicio de los moradores no indios del resto de la ciudad.  Desde esas lejanas épocas, los indios tuvieron a su cargo los servicios básicos (considerados indignos para el blanco y el mestizo), como fue el acarreo de hierba, agua y leña; muchos de ellos, se asimilaron a la cultura urbana y se quedaron a vivir en la ciudad (Terán, 1992:85).
            De la entrevista efectuada al historiador Juan Paz y Miño, se desprende que existen cargadores desde el siglo XVII, después de que fueran abolidas las mitas (trabajo indígena forzado).  Paz y Miño, considera a estas actividades como: “inhumanas, indignas de la condición de personas” y no se atreve a catalogarlas de oficios, como sí serían por ejemplo: panaderos, sastres, peluqueros, costureras, en fin.  Comprometiéndose a impulsar desde su posición de Cronista de la Ciudad en la Dirección de Patrimonio Cultural del Municipio de Quito, una reforma para “reconvertir” a los cargadores con otro trabajo, que no implique su explotación inmisericorde, por parte de la población mestiza (particularmente comerciantes, que lucran de ellos). 
Lo que explica la explotación de estas personas, desde la Colonia hasta la actualidad, según este historiador, se da por: 1) La falta de tecnología, que reemplace a esta mano de obra de cierta manera esclava, como podrían ser montacargas o camionetas; 2) La misma clase social baja, que no dispone de ingresos suficientes como para darse el lujo de transportar objetos de un lugar a otro, pagando más; 3) La necesidad de trasladar objetos con mayor habilidad, con respecto a las mulas y caballos, por ejemplo; y, 4) Existe abundante migración rural de los indígenas, quienes incluso antes eran perseguidos por “leyes contra la vagancia”, por tanto debían dedicarse a algo, en este caso a ser cargadores.  Son los desplazados de la ciudad, quienes con mucha habilidad trasladan cosas de un lugar a otro, en vez de los semovientes; siendo sus antepasados, los aguateros (que ya han desaparecido) y los porteadores.
            En los años 60, dice Paz y Miño, comenzará la masiva migración del campo a la ciudad, por el desarrollismo de la época y particularmente la Reforma Agraria, con la cual se pensó ayudar a los campesinos entregándoles tierras para que las trabajen; pero, eran extensiones ubicadas en sitios remotos, sin apoyo ni tecnológico, ni crediticio, que no resultaron rentables; por ello más bien, las abandonaron, prefiriendo venir desde Cotopaxi, Tungurahua, Chimborazo (la Sierra Central), a tugurizar Quito y especialmente el populoso Barrio de San Roque, en el centro occidente de la Capital.  En esa misma época, se produce un nuevo fenómeno, el traslado de los habitantes del centro de la ciudad, hacia el norte de la urbe, dejando en su lugar únicamente a desplazados, trabajadores informales y gente que no sabe hacer otra cosa más que cargar, para poder al menos sobrevivir, en condiciones sumamente lamentables.  Pazmiño apunta también, que antes de los 60, habían muchos más cargadores en la ciudad, que los que hay ahora.
            ¡Puede que así sea!, que hoy haya menos cargadores que hace 50 años, más sin embargo, los tres compañeros que estuvimos la madrugada de este martes en el mercado de San Roque, ¡jamás lo olvidaremos!, vimos escenas tan desgarradoras, como la de varios individuos cargando objetos de hasta tres quintales y por una miserable paga de 25 (no dólares, ¡centavos!), ¡algo realmente inaudito, e inaceptable, en pleno siglo XXI!, donde se supone que la modernidad y las innovaciones tecnológicas, no deberían hacer que existan personas que carguen más allá de sus posibilidades físicas inclusive; porque había cargadores de todas las edades desde los 10, hasta los 60 años aproximadamente, quienes a cambio de ese miserable estipendio, ponen en riesgo su salud, su columna, sus piernas, su cintura, su mente.  Porque para nadie debe ser agradable, ser tratado peor que un animal de carga, siendo seres humanos igual que nosotros, pero desplazados, sin posibilidades ciertas de salir del profundo hueco, donde la exclusión de una indiferente sociedad, los ha sumido.
            Ya en el hogar de uno de ellos (un cuartucho a lo mucho de apenas 10 metros cuadrados), Aurelio, a quien convencimos de que nos conceda una entrevista a las 5 y 30 de la mañana (cuando él debía retirarse a las 7, ofreciendo pagarle por su tiempo).  Las escenas que vimos, fueron aún más desgarradoras, por eso cuando escribimos estas líneas, sentimos que nuestros ojos se humedecen.  Había una cama y un colchón a los pies de ella.  En la cama, nos explicaron que dormían tres personas: papá, mamá y un tierno niño.  En el colchón: tres niños más, dos varones y una mujercita, la más viva y dulce de todos, que al notar nuestra presencia, saludó con un afectuoso: “Buenas noches”, como si fueran buenas, las noches que ellos deben dormir cada día.  En su inocencia, la niña no caía en cuenta todavía de su dura realidad y era muy humilde.  Tanto como Jesús nos pide que seamos en el Evangelio.  Al recordarla, no dejamos de pensar en su mirada y en su sonrisa, al decirnos: “soy hincha de la Liga.”  Equipo recontramillonario, ¡qué paradojas, que tiene el destino!
            También nos contaron, Aurelio y su esposa María, que la olla que veíamos cociendo presas de pollo (¡todo en el mismo y estrecho cuartucho!), no era para su consumo.  ¡Era para la venta!; pues, dado que Aurelio aunque era un hombre joven (35 años), no podía trabajar muy bien, lo aqueja un agudo dolor en su rodilla, como fruto obviamente de su duro “oficio” de cargador, y que era entonces, María, quien tenía que rebuscárselas: vendiendo comida.  Además, nos contaron que en ese inmueble de la calle Ambato, habitaban con ellos siete familias más.  Seguramente con las mismas o incluso peores necesidades detectadas; que todos compartían el único baño existente, donde había una simple ducha de agua fría.
            Son las seis de la mañana, nos retiramos del lugar, después de que Pablo Morán intercambiara sus números de teléfono con la pareja de indígenas venidos de Sigchos, en la Provincia del Cotopaxi, pues ellos, al notar que nuestro compañero era periodista de Teleamazonas, le pidieron que los ayude, para que los vengan a visitar del programa: “Héroes Verdaderos” del canal estatal GAMA TV, donde ya habían tenido un primer acercamiento, pero infructuoso, dado que un inhumano guardia de seguridad los había echado afuera.  Pablo, les dijo sinceramente que él no conocía a nadie en ese canal, pero que ya iba a averiguar.  Nos fuimos entonces, tras estrechar la vigorosa y valiente mano de Aurelio, quien a pesar de ser un simple cargador, no deja de soñar con ser un día: músico de una banda de pueblo.  Qué ojalá lo consiga, por el bien de él y de su familia. 

Ya en el auto, no dejamos de pensar en lo injusta que es la vida, unos tienen todo y otros no tienen nada y mientras tanto aquellos que al menos vivimos decentemente, nos la pasamos muchas veces renegando de nuestro destino, sin saber que hay personas que tienen que conformarse con recibir apenas 100 dólares mensuales de ingreso  y por tener que pagar 40 dólares (incluido luz y agua), por un miserable cuartucho.  Ojalá que el Gobierno Nacional, que tanto se llena la boca diciendo que la pobreza se ha reducido en su gestión (39% en el Ecuador es pobre, según las estadísticas de la CEPAL), efectúe actividades de reconversión laboral, que hagan que estas personas: profundamente humildes y pobres, sean consideradas seres humanos y no bestias de carga.  Ya lo dice Jesús en el Evangelio: “Todo lo que hicieres por éstos, los más humildes, los que no tienen como pagarte, a mí me lo haces”. 
No faltarán aquellos que culparán al capitalismo de esta realidad.  ¡Cómo si un sistema económico y no un cambio de actitud de las personas, lo podría resolver!, porque hay que recordar que antes del capitalismo, hubo el feudalismo y tampoco se solucionó la exclusión; y, que después del capitalismo, vendría el socialismo dijo Marx, éste ya vino, ya estuvo en Cuba, en Vietnam, en la India, en Corea del Norte y todavía siguen habiendo pobres, incluso muchos más, de los que hay en el capitalismo.  Por eso, más que pensar políticamente en este tema, debemos reflexionar sobre el mismo, desde una óptica de solidaridad social, para con los más necesitados y nos corresponde hacerlo a todos, tanto a la sociedad civil como al Gobierno.  ¿Le parece justo amable lector, que cargando tres quintales usted le tenga que pagar 25 miserables centavos de dólar?, ó si es usted autoridad: ¿Le parece bien que en pleno siglo XXI, sigan existiendo este tipo de actividades infrahumanas?

PZP

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