martes, 8 de marzo de 2011

MILTON FRIEDMAN Y EL MONETARISMO

LA ESCUELA MONETARISTA DE CHICAGO: MILTON FRIEDMAN (1912 -2006)

"Si quieren ver capitalismo en acción, vayan a Hong Kong"
 “Estoy a favor de reducir impuestos bajo cualquier circunstancia y por cualquier excusa, por cualquier razón, en cualquier momento en que sea posible” (Milton Friedman)
“Uno de los más grandes errores es juzgar a las políticas y programas por sus intenciones, en vez de evaluarlas por sus resultados”
“El camino de un gobierno centralizado a una verdadera sociedad privada de libre empresa posee tres componentes.  Primero y el más importante de todos, el Estado de derecho, el cual se extiende a la protección de la propiedad.  Segundo, propiedad privada dispersa de los medios de producción.  Tercero, libertad de entrar y salir de industrias, libre competencia, libre comercio.  Estos son esencialmente los requerimientos básicos”.
“La libertad económica, es un requisito esencial de la libertad política”
 (Milton Friedman)
            Fuente: www.ni78.com
        Milton Friedman fue un destacado economista e intelectual estadounidense de origen húngaro. Defensor del libre mercado y exponente del monetarismo neoclásico de la Escuela de Economía de Chicago.  Friedman realizó contribuciones importantes en los campos de la macroeconomía, la microeconomía, la historia económica y la estadística.  En 1976, fue galardonado con el Premio Nobel de Economía por sus logros en los campos de análisis de consumo, historia y teoría monetaria y por su demostración de la complejidad de la política de estabilización.
                Friedman visitó Chile en 1975 durante la dictadura de Augusto Pinochet, hecho por el que fue muy criticado al no ser un gobierno de origen democrático. Invitado por la Escuela de Negocios de Valparaíso, dio una serie de conferencias sobre economía e influenció en los asistentes económicos del gobierno. Friedman gozó de un éxito tremendo con estas innovadoras observaciones y fue invitado por ex-alumnos chilenos de la Escuela de Chicago ("Chicago Boys") a dictar algunas conferencias sobre la situación económica chilena. Friedman dijo: "La economía social de mercado es la única medicina", refiriéndose a la complicada situación de Chile. Abogó por la economía monetarista y explicó después que "el énfasis de aquella charla fue que los mercados libres minarían la centralización política y el control político", sosteniendo que la liberalización económica conduciría tarde o temprano a la democratización política.

Pese a que esa supuesta colaboración con la dictadura chilena le fue reprochada siempre (plasmándose en las manifestaciones en Estocolmo en la ceremonia de entrega del Nobel), en una entrevista en el año 2000 Friedman lo atribuyó "a los comunistas que intentaron desacreditar a cualquier persona que hubiese tenido la conexión más leve con Pinochet". Más adelante Friedman se refirió a este tema haciendo analogía entre la dictadura chilena y la dictadura china; habiendo dictado conferencias a los estudiantes de economía y reunido con el secretario del Partido Comunista de China Zhao Ziyang, diciendo: "Dicté tanto en China como en Chile exactamente las mismas conferencias.  He visto muchas manifestaciones contra mí por lo que dije en Chile, pero nadie ha hecho objeciones a lo que dije en China”.

Fuente: (http://es.wikipedia.org/wiki/Milton_Friedman

            Milton Friedman (1912-2006) es el más conocido economista de la Escuela de Chicago y uno de los más activos defensores del libre mercado gracias, especialmente, a su libro y serie de documentales “Libre para elegir” (Free to chose), en los que defendía la libertad económica de forma muy sencilla de leer para cualquiera. Monetarista "de toda la vida" se opuso al keynesianismo en el momento de máximo apogeo de éste, en los años cincuenta y sesenta.  Recibió el Premio Nobel por sus análisis del consumo, historia y teoría monetaria.  (Fuente: http://www.liberalismo.org/articulos/117/milton/friedman/).

                A pocos meses de su muerte (noviembre del 2006), su biografía ha sido recientemente publicada en los Estados Unidos: Milton Friedman.  A Biography. Su autor, Lanny Ebenstein, un reconocido profesor en la Universidad de California en Santa Bárbara.
                Hijo de una humilde familia de inmigrantes judíos procedentes del centro de Europa, Milton Friedman nació en 1912 en un barrio de Brooklyn.  Su padre murió cuando él apenas tenía 15 años lo que obligó a su familia a hacer un gran esfuerzo para costear los estudios, él mismo contribuyó a financiarlos. Estudió economía en la Universidad de Rutgers (New Jersey) y se doctoró en la Universidad de Columbia en 1946.  El mismo año en que se incorporó como profesor a la Universidad de Chicago donde impartió la docencia hasta 1976. Se jubiló como académico un año después.
Casado en 1938 con Rose Director, a quien conoció mientras estudiaba en Chicago y con quien escribió varios de sus trabajos, se dedicó a la estadística y la econometría, siendo calificado como un monetarista que resolvió el problema de la inflación limitando el crecimiento de la oferta monetaria a una tasa constante y moderada. Su obra se centró en dos aspectos fundamentales: la defensa de la libertad y el libre mercado; consiguió demostrar fehacientemente la ineficacia de la intervención estatal en la economía.
Autor de libros como Capitalismo y Libertad y Libertad de elegir, se destacó por dictar cátedra en distintas universidades —la principal fue Chicago—; su colaboración con el Nacional Bureau of Economic Research, sus asesorías a distintos presidentes y su activa participación pública en la defensa y promoción de sus ideas. Un verdadero ejemplo del rol público de los intelectuales, que sin temor a ser políticamente incorrectos y en contra del populismo fácil, de la planificación central, del estatismo y de las políticas Keynesianas en boga durante gran parte del siglo XX las enfrentó porque estaba convencido que sólo promoviendo la libertad, las sociedades pueden desarrollarse.  La historia le dio la razón y los hechos prácticos apoyan hoy por hoy sus brillantes teorías, extraídas de muchos pensadores clásicos, de manera especial sus ideas se derivan directamente de la genial mente del escocés, Adam Smith.  Al punto que a Milton Friedman se lo ha conoce también, como “el Adam Smith moderno”.
Parte importante de ese papel público lo ejerció escribiendo en la revista Newsweek, de la cual fue columnista entre 1966 y 1984; y a través de la exitosa serie de televisión “Free to Choose” (“Libre para elegir”), escrita por el mismo y emitida en diez capítulos en 1980 por PBS.
Milton Friedman tuvo que soportar el rechazo político de sus feroces detractores, quienes sin más argumento que el de su voraz ideología, lo censuraban acremente, por el simple hecho de tener un genial y diferente pensamiento.  Una de las más célebres manifestaciones en su contra, la soportó Milton Friedman en Estocolmo en 1976, durante la entrega del Nobel de Economía.  Desde las tribunas un fanático extremista (seguramente socialista marxista radical) se levantó gritando “Down with capitalism, freedom for Chile” (“Abajo el capitalismo liberal en Chile”).  La primera vez en la historia del premio en que la ceremonia era interrumpida.  En las afueras, decenas de manifestantes gritaban contra Friedman, el liberalismo y Pinochet.

Lo interesante de esta situación es que los cuestionamientos a la obtención del galardón fueron absolutamente políticos.  A nivel mundial había un consenso mayoritario en todos los ámbitos sobre sus importantes aportes al conocimiento en el terreno de la ciencia económica. Newsweek, Wall Street Journal y el propio London Financial Times, entre muchos, escribieron alabando la incuestionable influencia de uno de los economistas más importantes de “nuestro tiempo”.

Una interesante consideración a la hora de analizar lo sucedido con la negativa en otros casos a otorgar el Premio Nobel a distintos intelectuales políticamente contrarios al socialismo, como fue el caso del propio Jorge Luis Borges, y más recientemente la resistencia a entregárselo a Mario Vargas Llosa.  Demostración del poder que ha ejercido —y ejerce— un sector de la “inteligencia” mundial de izquierda que evidencia su intolerancia y ceguera mental.   En donde la consigna es “sólo reconozco al que piensa como yo”.

No se crea que Milton Friedman se quedaba tranquilo ante estas manifestaciones. Por el contrario, su convencimiento respecto a las ideas que defendía y el papel público de los intelectuales, respecto a la responsabilidad que les cabe en su difusión, lo llevaron a hacerles frentes y enrostrarles directa y abiertamente lo que el calificaba como hipocresía y argumentación sin base.  Efectivamente, una muestra del inconsecuente comportamiento del socialismo internacional, es lo que escribió respecto de su viaje a China, donde estuvo 12 días, dio una serie de conferencias y se reunió por dos horas en privado con Zhao Ziyang, Secretario del Partido Comunista Chino.  Un encuentro a todas luces inconveniente, con un régimen sangriento y reconocidamente totalitario, que lo llevó a pensar que en esas circunstancias, se preparaba —al igual que lo sucedido con el caso chileno— para recibir una avalancha de protestas por haberse dispuesto a aconsejar a una dictadura, y sin embargo no sucedió nada.  No hubo manifestaciones ni se publicaron cartas ni artículos en su contra, ¿por qué no?, se preguntaba Friedman.

  Fuente: http://www.elcato.org/node/2572
Veamos a continuación dos artículos sobre Milton Friedman, tomados de la página web: liberalismo.org, para que sepamos a grandes rasgos las líneas maestras del hombre que está detrás del éxito del modelo económico y social impulsado por Chile en la década de los 70, tras el fracaso de las políticas socialistas de Salvador Allende.  No hay que confundirse, mucha gente dice que Augusto Pinochet es el hombre clave en la transformación de Chile, pero no es así… el verdadero mérito lo tiene Friedman, quien con las medidas recetadas a esta economía hizo que surja una nueva y próspera nación, donde antes sólo había tristeza y subdesarrollo.

El impulso suicida de la comunidad empresarial

Por Milton Friedman
Traducido por Constantino Díaz-Durán
Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution. Este ensayo se publicó en la edición de marzo/abril de 1999 del Cato Policy Report, Vol. XXI, No. 2.  Se publica por cortesía del Cato Institute.
Es común que se piense, equivocadamente, que quienes están a favor del libre mercado también están a favor de todo lo que hacen las grandes empresas.  Nada podría alejarse más de la verdad.
Como alguien que cree en la búsqueda del interés propio en un sistema capitalista competitivo, no puedo culpar a un empresario que va a Washington y trata de conseguir privilegios especiales para su compañía. Ha sido contratado por los accionistas para que haga tanto dinero como pueda dentro de las reglas del juego; y si éstas son que hay que ir a Washington a buscar privilegios, no lo culpo por hacerlo.  Échennos la culpa al resto de nosotros por ser tan tontos como para dejar que se salga con la suya.
Sí culpo a los empresarios, individuales y organizaciones, cuando a través de sus actividades políticas toman posiciones que no son en su mejor interés propio y tienen más bien el efecto de minar el apoyo a las empresas libres privadas. En ese respecto, los empresarios tienden a ser esquizofrénicos. Cuando se trata de sus propios negocios, tienen visión de muy largo plazo, pensando en el negocio dentro de cinco o diez años; pero cuando se meten a la esfera pública y empiezan a enredarse en los problemas de la política, tienden a ser bastante miopes.
El ejemplo más obvio es el proteccionismo. ¿Puede usted nombrar una industria norteamericana que se haya beneficiado de los aranceles y del proteccionismo? Alexander Hamilton, en su famoso reporte sobre los industriales, alaba en forma vehemente a Adam Smith a la vez que argumentaba que Estados Unidos era un caso especial con industrias jóvenes, incluyendo la del acero, que necesitaban ser protegidas.  Después de 200 años, el acero sigue siendo protegido.
La banca comercial es otro ejemplo. Al final de la Segunda Guerra Mundial la banca comercial abarcaba aproximadamente la mitad del mercado de capitales, mientras que hoy tan sólo cubre más o menos un quinto. ¿Por qué se ha deteriorado? ¿Por qué es Londres el mercado financiero internacional, y no Nueva York?
La razón es el efecto a largo plazo de la insistencia de la industria bancaria de pedir favores gubernamentales especiales.  En los inicios, bajo lo que se conocía como Regulación Q, el gobierno ponía un límite a las tasas de interés que los bancos podían pagar, incluyendo una de cero intereses sobre depósitos a la vista. Esta tasa impuesta por el gobierno motivó el surgimiento de fondos en el mercado de dinero, así como de otros substitutos y alternativas para los bancos. La industria bancaria apoyó consistentemente los tipos de cambio fijos. Cuando el dólar estuvo en problemas, el Presidente Johnson introdujo restricciones a los préstamos extranjeros y un impuesto para igualar los intereses. El resultado fue empujar la industria bancaria comercial hacia Londres. Ambas medidas hicieron que la industria pasara de ser el principal proveedor de crédito a ser un jugador menor.  De nuevo, una política carente de visión.
Lo más obvio es el tipo de contribuciones por que optan las corporaciones. La industria petrolera contribuye a organizaciones conservacionistas que están tratando de reducir drásticamente el uso de petróleo; y la industria nuclear contribuye a organizaciones que apoyan alternativas a la energía nuclear. Hace poco, el Capital Research Center analizó las donaciones que hacen las grandes corporaciones a organizaciones de política pública, y encontró que las instituciones no lucrativas de izquierda reciben tres veces lo que reciben las instituciones no lucrativas de derecha.
¿Por qué no ha seguido el mundo corporativo el excelente ejemplo de Warren Buffet? Desde el inicio, al enviar los cheques de dividendos a sus accionistas, les decía que estaban preparados para distribuir X cantidad de dólares en su nombre por cada acción a la caridad, a alguna organización, pidiéndoles que indicaran a dónde deseaban que se enviara.
¿Por qué han de decidir las corporaciones los propósitos caritativos del ingreso de sus accionistas? ¿Por qué no son los accionistas quienes deciden? ¿Y por qué es que la comunidad empresarial, en general, insiste tanto en apoyar a sus propios enemigos?
Ahora consideremos la educación.  Como es sabido, desde hace mucho tiempo he estado a favor de la privatización de este sector por medio de un sistema de notas de crédito.  Un argumento fuerte a favor de la privatización tiene que ver con los valores inculcados por nuestro sistema de educación pública.
Cualquier institución tiende a expresar sus propios valores y sus propias ideas; nuestro sistema de educación pública es una institución socialista.  Una institución socialista enseñará valores socialistas, no los principios de la empresa privada.  Eso no era tan malo cuando la educación primaria y secundaria estaba más dispersa, de manera que había mayor control local.  Cuando yo me gradué de secundaria había 150,000 distritos escolares en los Estados Unidos.  Hoy hay menos de 15,000 y la población es dos veces más grande.
¿Cuál ha sido la actitud de la comunidad empresarial frente a la educación? Miembros de la comunidad empresarial han estado muy conscientes del hecho de que las escuelas inculcan valores antagónicos al sistema privado de libre empresa; también están conscientes de que es difícil encontrar empleados con las habilidades apropiadas; pero, ¿han tratado de promover una industria educativa privada? Para nada.   Su principal actividad ha consistido en asignar a algunos de sus empleados para que den clases en escuelas públicas y en contribuir computadoras y otros artículos a escuelas públicas. No puedo culpar a un individuo por lo que hace, pero puedo pensar que es trágico que Walter Annenberg contribuyera con cientos de millones de dólares a escuelas gubernamentales; no a colegios privados, sino a escuelas públicas.  No había visto un solo movimiento en la comunidad empresarial en general, sino hasta hace muy poco, para tratar de promover un sistema educacional bajo el cual el consumidor, es decir padre e hijo, tenga una verdadera opción acerca de la escolaridad que el hijo ha de recibir.
Ahora llegamos a Silicon Valley y Microsoft.   No voy a escribir sobre los aspectos técnicos de si Microsoft es culpable o no bajo las leyes antimonopolio; mis propios puntos de vista hacia este tipo de leyes han cambiado bastante con el tiempo.  Cuando me inicié en este negocio, como creyente en la competencia, apoyaba las leyes antimonopolio, pues pensaba que hacerlas cumplir era una de las pocas cosas deseables que el gobierno podía hacer para promover más competencia. Pero a medida que vi lo que ocurrió, observé que estas leyes tendían a hacer exactamente lo opuesto, porque tendían, como muchas otras actividades gubernamentales, a ser controladas por la gente que supuestamente debían regular y controlar.  De modo que con el tiempo he llegado gradualmente a la conclusión de que las leyes antimonopolio hacen mucho más mal que bien, y que estaríamos mejor si no las tuviéramos, si pudiéramos deshacernos de ellas.  Pero, las tenemos.
Bajo estas circunstancias, dado que tenemos leyes antimonopolio, ¿está realmente en el interés propio de Silicon Valley poner al gobierno en contra de Microsoft? Su industria, la industria de la computación se mueve tanto más rápido que el proceso legal, que quién sabe cómo será la industria para cuando se resuelva esta demanda.  Esto sin mencionar que la energía humana y el dinero que se gastará contratando a mis colegas economistas, y de otras maneras, sería mucho mejor empleado productivamente, mejorando sus productos. ¡Es un desperdicio! Pero más allá de esto, se arrepentirán del día en que llamaron al gobierno. De ahora en adelante la industria de la informática, que hasta ahora había tenido la suerte de estar relativamente libre de la intromisión gubernamental, experimentará un continuo crecimiento de la regulación gubernamental.  La legislación antimonopolio pronto se convierte en regulación.  Este es otro caso que, para mí, ejemplifica el impulso suicida de la comunidad empresarial.
Ahora llego a la parte difícil: ¿Por qué existe este impulso suicida? ¿Por qué se comporta así la gente de negocios? Espero que ustedes piensen al respecto y traten de encontrar una respuesta. Yo les daré algunas sugerencias, pero ninguna de ellas me parece una explicación adecuada.  Una de las razones la señaló hace más de un siglo un hombre ejemplar, el General Francis A. Walker, profesor de Yale y luego presidente de M.I.T. Él escribió:
“Pocos son tan presuntuosos como para disputar a un químico o a un mecánico en temas relacionados con la disciplina de su vida, pero casi cualquier hombre que sabe leer y escribir se siente con la libertad de formar y mantener opiniones propias acerca del comercio y del dinero. (...) La literatura económica de todo año subsiguiente acepta obras concebidas en el verdadero espíritu científico, así como obras que exhiben la ignorancia más vulgar de la historia económica y el mayor desprecio por las condiciones de la investigación económica.  Es muy similar a si se colocara la astrología a la par de la astronomía o a la alquimia al lado de la química”.
Cuando se trata de economía, todo el mundo es un experto que casi siempre se equivoca—y los ejecutivos de negocios no son la excepción.
Schumpeter dio una explicación muy diferente para este fenómeno. Él arguyó que dentro de las grandes corporaciones, la gente que está a cargo desarrolla actitudes e instituciones esencialmente burocráticas y socialistas.  La adherencia a la empresarialidad y a la empresa privada tiende a ser reemplazada por un acercamiento burocrático, llevando al surgimiento de un sistema socialista.  Yo no creo que eso sea cierto; en una sociedad competitiva hay suficiente presión para evitar que eso suceda, pero podría ser una explicación.
El clima general de la opinión, que trata a la acción gubernamental como una cura de todo propósito para todo mal, es probablemente un factor más importante. Sin embargo, este clima ha estado cambiando a lo largo de los últimos 40 años.  Ya no se da por sentado, como antes, que si había un problema la manera de resolverlo era involucrando al gobierno.  Hemos estado ganando la guerra de las ideas, aunque hayamos estado perdiendo la guerra en la práctica.  Los gobiernos de hoy son mucho más grandes que los de hace 40 ó 50 años, a la vez de que—en parte como efecto de esto—el clima de la opinión es mucho menos favorable al control gubernamental que entonces.  Pero aún sigo sin pensar que ésta sea una explicación adecuada, por lo que confieso que no tengo una buena respuesta; no obstante, pienso que el fenómeno requiere una, y que está en su interés propio encontrarla y cambiar el esquema del comportamiento empresarial para deshacerse de ese impulso claramente suicida.
                TOMADO DE: http://www.liberalismo.org/articulo/291/117/impulso/suicida/comunidad/empresarial/

Reseña
Libertad de elegir
Milton y Rose Friedman
Orbis, Barcelona, 1983

436 páginas

Las bondades del mercado

Por Antonio Mascaró Rotger
Las políticas keynesianas hicieron estragos en la década de los setenta al sorprender a propios y extraños con la dolorosa estanflación.  Las promesas de la “nueva economía” del listillo británico se habían vuelto pesadillas.  A principios de la década siguiente, los liberales despertaron de su letargo y Libertad de elegir fue una de las puntas de lanza de ese resurgimiento liberal.
                A diferencia de obras anteriores del mismo autor, como Capitalismo y libertad, este volumen no presenta una gran complejidad analítica. No se trata de un denso manual de abstracta teoría económica atiborrado de sesudas ecuaciones matemáticas y jeroglíficos cartesianos, como cabría esperar de uno de los más destacados miembros de la Escuela de Chicago.  Muy al contrario, es un libro muy asequible destinado al gran público.
                El primer capítulo analiza la importancia del mercado y el sistema de precios. Empieza comentando el conocido relato Yo, el lápiz de Leonard R. Read.  Hasta un producto tan simple y común como el lápiz de grafito requiere un enorme esfuerzo de coordinación entre múltiples agentes económicos. Se requiere un elevadísimo conocimiento. Este conocimiento está disperso entre millares de profesionales de los más distintos sectores: los taladores de la Costa Oeste, los fabricantes de las sierras que usan esos taladores, los obreros de los altos hornos donde se hace el acero para fabricar esas sierras, los transportistas, los mineros de las minas de grafito, y un larguísimo etcétera.   Nadie ha recopilado nunca todo ese vasto saber que es necesario para fabricar el lápiz. Y, sin embargo; mediante el mercado, se consiguen fabricar muchísimos lápices de grafito que se venden por todo el mundo a precios bajísimos.
                Esto es posible gracias al mecanismo de precios, que permite transmitir información relevante por todo el mercado, sirve también de estímulo al incentivar la producción de aquello más demandado y, finalmente, sirve para determinar quien se queda lo producido.
                Pero el sistema de precios no está asegurado.  Muchos peligros acechan y este complejo sistema puede venirse abajo o, al menos, resultar gravemente dañado.  En gran medida, los capítulos siguientes se dedican a analizar los nocivos efectos que la intervención estatal tiene sobre este utilísimo mecanismo.  Muestra los destrozos que han provocado un sinnúmero de regulaciones en mercados tan diversos como el transporte ferroviario, la energía, el sector financiero, el mercado laboral o la educación.
                Así, en el tercer capítulo, Friedman analiza la crisis de 1929, de la que culpa al Sistema de la Reserva Federal.  Lamentablemente, pasa de puntillas sobre la cuestión del patrón oro y su análisis queda cojo.  Ante otras crisis, observa Friedman, la reacción habitual de los bancos comerciales había sido restringir los pagos hasta que se recuperaba la confianza en el sistema. Esto causaba dificultades a muchas personas pero evitaba el agravamiento de la crisis. Pero hacía poco que se había creado la “Fed”, que actuaba de garante último de todo el sistema financiero.  Al haber un garante último, los bancos no redujeron en lo necesario los pagos. Tampoco lo hizo la “Fed”, así que un gran número de bancos fue quebrando y la crisis empeoró.
                Y tras la crisis vino el “New Deal” de Roosevelt y el Estado del Bienestar.  El gasto publicó creció y se diversificó en innumerables programas sociales.  El resultado ha sido dudoso en el mejor de los casos; por un lado, este enorme gasto ha restado recursos a los sectores productivos de la economía y, por otro, estos programas no han traído el bienestar prometido.
                De entre estos programas fallidos destaca el sistema educativo.  Aquí, Friedman hace una pequeña concesión al no reclamar la total privatización del sistema.   Él se contentaría con el sistema de vales por el cual los padres pueden elegir a qué escuela mandar a sus hijos.  Es, en su opinión, un pequeño paso hacia una mayor libertad de elegir.
                A continuación, se resume el pensamiento económico de Milton Friedman, obtenido del enlace digital:
http://www.elcato.org/publicaciones/ensayos/ens-2004-06-30.html

30 de junio del 2004

“La tiranía de los controles

Por: Milton y Rose Friedman


Al examinar los aranceles y otras restricciones al comercio internacional en su obra La riqueza de las naciones, Adam Smith escribió: "Lo que en el gobierno de toda familia particular constituye prudencia, difícilmente puede ser insensatez en el gobierno de un gran reino. Si un país extranjero puede suministrarnos un artículo más barato de lo que nosotros mismos lo podemos fabricar, nos conviene más comprarlo con una parte del producto de nuestra propia actividad empleada de la manera en que llevamos alguna ventaja [...]. En cualquier país, el interés del gran conjunto de la población estriba siempre en comprar cuanto necesita a quienes más baratos se lo venden. Esta afirmación es tan patente que parece ridículo tomarse el trabajo de demostrarla; y tampoco habría sido puesta jamás en tela de juicio si la retórica interesada de comerciantes y de industriales no hubiese enturbiado el buen sentido de la humanidad. En este punto, el interés de esos comerciantes e industriales se halla en oposición directa con el del gran cuerpo social."

Estas palabras son tan válidas hoy como eran entonces. Tanto en el comercio interior como en el exterior, es de interés para el “gran conjunto de la población” comprar al que vende más barato y vender al que compre más caro.  Con todo, la “retórica interesada” ha dado lugar a una asombrosa proliferación de restricciones sobre lo que podemos comprar y vender, a quiénes podemos comprar y a quiénes podemos vender y en qué condiciones, a quiénes podemos dar empleo y para quiénes podemos trabajar, dónde podemos residir, y qué podemos comer y beber.
Adam Smith culpó a la “retórica interesada de comerciantes y de industriales” Quizá fueran ellos sin duda los principales culpables en su época.  En la actualidad tienen mucha compañía.  (…) El resultado final es un laberinto de restricciones y más restricciones que hace que la mayoría de nosotros seamos más pobres de lo que seríamos si se eliminasen todas.  Perdemos mucho más a consecuencia de las medidas que benefician a otros “intereses especiales” de lo que ganamos gracias a las medidas que benefician nuestro “interés especial”.
El ejemplo más claro se halla en el comercio internacional. Las ganancias que obtienen algunos productores gracias a los aranceles y otras restricciones quedan compensadas con creces por las pérdidas que sufren otros productores y especialmente los consumidores en su conjunto.  La libertad de comercio no sólo procuraría nuestro bienestar general, sino que también promovería la paz y la armonía entre las naciones y estimularía la competencia interna.
Los controles sobre el comercio exterior se extienden al comercio interior. Se entrelazan con todos los aspectos de la actividad económica. Estos controles han sido defendidos a menudo, en particular por los países menos desarrollados, por considerarlos muy importantes para la consecución de su desarrollo y progreso. Una comparación de la experiencia del Japón tras la Restauración Meiji en 1867 y la de la India tras su independencia en 1947, sirve para contrastar esta opinión. Dicha comparación indica, al igual que otro ejemplos, que la libertad de comercio interior y exterior es el mejor medio que tiene un país pobre para promover el bienestar de sus ciudadanos.
Los controles económicos que han proliferado en los Estados Unidos durante las pasadas décadas no sólo han restringido la libertad para utilizar nuestros recursos económicos, sino que también han afectado la libertad de expresión, de prensa y de culto.
Comercio Internacional
Se suele afirmar que la mala política económica refleja el desacuerdo entre los expertos; que si todos los economistas fuesen de la misma opinión, la política económica sería buena.  Los economistas discrepan entre sí con frecuencia, pero no con respecto al comercio internacional.  En todo momento, desde los tiempos de Adam Smith, ha habido una virtual unanimidad entre los economistas, cualquiera que fuese su posición ideológica en otros aspectos, sobre la afirmación de que la libertad de comercio internacional redunda en beneficio de los países comerciales y del mundo.  Pese a esto, los aranceles han constituido la regla.  Las únicas excepciones de importancia son casi un siglo de libertad de comercio en Gran Bretaña después de la abrogación de las Leyes de Cereales en 1846, los treinta años de libertad de comercio en Japón tras la Restauración Meiji, y la actual libertad de comercio en Hong Kong.  Los Estados Unidos aplicaron aranceles a lo largo de todo el siglo XIX, que incluso fueron incrementado en el siglo XX, sobre todo en virtud de la ley arancelaria de Smoot-Hawley de 1930, considerada por algunos entendidos como responsable en parte de la dureza de la depresión en los años siguientes. Desde entonces, los aranceles han disminuido gracias a varios convenios internacionales, pero siguen siendo elevados, probablemente más que en el siglo XIX, si bien los profundos cambios experimentados por los productos objeto de comercio internacional hacen imposible una comparación exacta. 
Hoy en día, como siempre, se apoya mucho la existencia de aranceles, denominados eufemísticamente “protección”, un buen nombre para una mala causa. Los productores de acero y los sindicatos metalúrgicos presionan para que se apliquen restricciones a las importaciones de acero procedentes del Japón. Los fabricantes de televisores y sus obreros propugnan la adopción de “acuerdos voluntarios” para limitar las importaciones de esos aparatos y sus componentes procedentes del Japón, Taiwán y Hong Kong. Fabricantes de tejidos y calzados, ganaderos, productores de azúcar y muchos otros se quejan de la competencia “desleal” que les hace el extranjero y exigen que el gobierno haga algo para “protegerles”.  Como es lógico, ningún grupo se queja basándose únicamente en su interés particular.  Todos los grupos hablan del “interés general”, de la necesidad de preservar los puestos de trabajo o de promover la seguridad nacional. La necesidad de reforzar el dólar con respecto al marco o al yen se ha añadido recientemente a las alegaciones tradicionales en favor de la aplicación de restricciones a las importaciones.
Las Razones Económicas Para la Libertad de Comercio
Una voz que casi nunca se ha hecho oír es la de los consumidores.  Los denominados grupos de defensa y protección del consumidor han proliferado en los últimos años. Pero se buscaría en vano en los periódicos o en las actas de las Comisiones del Congreso, para hallar alguna indicación de que lanzasen un ataque concentrado sobre los aranceles u otras restricciones a las importaciones, pese a que los consumidores son las víctimas principales de tales medidas.  Los “abogados” del consumidor se interesan por otras cosas.
La voz del consumidor individual se pierde en la cacofonía de la “retórica interesada de comerciantes y de industriales” y de sus empleados. Como resultado de ello, se produce una grave distorsión del problema. Por ejemplo, los partidarios de los aranceles consideran indiscutible que la creación de puestos de trabajo es, de por si, un objetivo deseable, independientemente de en qué se ocupen las personas empleadas. Se trata de una clara equivocación.  Si lo que queremos son puestos de trabajo, podemos crear los que queremos: por ejemplo, hacer que la gente cave hoyos y que luego los vuelva a llenar, o que efectúe otras tareas inútiles.  A veces, el trabajo queda compensado por las satisfacciones que produce. Casi siempre, empero, es el precio que pagamos por conseguir las cosas que deseamos.  Nuestro verdadero objetivo no estriba sólo en los puestos de trabajo, sino en los puestos de trabajo productivos, que se traducen en forma de más bienes y servicios para consumir.
Otra falacia rara vez puesta en tela de juicio es que las exportaciones son buenas y que las importaciones son malas. Sin embargo, la verdad se revela muy diferente. No podemos comer, vestir o gozar de los bienes que enviamos al extranjero. Comemos plátanos procedentes de América Central, calzamos zapatos italianos, conducimos automóviles alemanes, y disfrutamos de programas a través de televisores japoneses.  Nuestra ganancia a causa del comercio exterior estriba en lo que importamos. Las exportaciones constituyen el precio que pagamos para obtener las importaciones. Como ya dijo claramente Adam Smith, los ciudadanos de un país se benefician de la obtención de un volumen de importaciones lo mayor posible a cambio de sus exportaciones o, lo que viene a ser lo mismo, de exportar lo menos posible para pagar sus importaciones.
La engañosa terminología que empleamos refleja estas ideas erróneas.  Protección significa en realidad explotación del consumidor. Una balanza comercial favorable significa en realidad exportar más de lo que importamos, enviando al exterior mercancías por un valor total que supera el de las mercancía que nos llegan del extranjero. En las cuentas de su casa, usted preferiría seguramente pagar menos par obtener más, y no al revés; sin embargo, eso sería calificado de balanza de pagos desfavorable en el comercio exterior.
El argumento favorable a los aranceles que ha tenido mayor repercusión entre el público en general es la supuesta necesidad de proteger el elevado nivel de vida de los trabajadores norteamericanos contra la competencia “desleal” de los trabajadores del Japón, Corea o Hong Kong, que están dispuestos a trabajar a cambio de un salario mucho más bajo.. ¿Qué hay de falso en este argumento? ¿Acaso no queremos proteger el elevado nivel de nuestro pueblo?
La falacia de este argumento reside en el inexacto uso de los calificativos “elevados” y “bajo” aplicados al salario. ¿Qué significan salarios elevados y bajos? Los trabajadores norteamericanos son pagados con dólares; los trabajadores japoneses, con yenes. ¿Cómo comparamos salarios expresados en dólares con salarios expresados en yenes? ¿Cuántos yenes equivalen a un dólar? ¿Qué determina este tipo de cambio?
(..) Los dólares y los yenes no solo se utilizan para comprar bienes y servicios en otros países, sino también para invertir y hacer donaciones.  A lo largo del siglo XIX, los Estados Unidos tuvieron casi cada año una balanza de pagos deficitaria, una balanza comercial “desfavorable” que era buena para todos. Los extranjeros deseaban invertir capital en los Estados Unidos.  Los británicos, por ejemplo, producían mercancías y nos enviaban a cambio de trozos de papel: no billete de dólar, sino obligaciones, con la promesa de pagar más adelante una suma de dinero más los intereses. Los británicos deseaban enviarnos sus mercancías porque consideraban que esas obligaciones constituían una buena inversión. En general, estaban en lo cierto. Obtenían mayores ganancias por sus ahorros de las que podían lograr de cualquier otra manera.  En cuanto a nosotros, nos beneficiamos de inversiones extranjeras que nos permitían desarrollarnos con mayor rapidez que si nos hubiésemos visto obligados a contar únicamente con nuestros propios ahorros.
En el siglo XX la situación se invirtió. Los ciudadanos estadounidenses se percataron de que podían obtener mayores ganancias invirtiendo su capital en el extranjero, que haciéndolo en su país. Consecuentemente, los Estados unidos enviaron al exterior mercancías a cambio de compromisos de deuda, como bonos. Después de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno norteamericano concedió préstamos al extranjero en el marco del Plan Marshall y otros programas de ayuda exterior.  Enviamos bienes y servicios al extranjero como expresión de nuestra creencia de que con ello contribuíamos a un mundo más pacífico. Estas ayudas gubernamentales complementaban donaciones privadas de grupos caritativos, iglesias que pagaban a misioneros, personas que contribuían a la ayuda de parientes extranjeros, y así sucesivamente.
Ninguna de estas complicaciones altera la conclusión sugerida por el caso extremo que hemos imaginado. En el mundo real, al igual que en el mundo hipotético, no puede haber problema de balanza de pagos mientras el precio del dólar expresado en yenes, en marcos o en francos, se determine en un mercado libre mediante transacciones voluntarias. Es sencillamente falso que los trabajadores norteamericanos que disfrutan de elevados salarios estén, como grupo amenazados por la competencia “desleal” de trabajadores extranjeros que perciben salarios bajos.  Como es lógico, determinados trabajadores pueden verse perjudicados si aparece en el extranjero un producto nuevo o mejorado, o si los fabricantes extranjeros consiguen producirlo con menor costo.  Pero esto no difiere de los efectos que se ejercen sobre un determinado grupo de trabajadores si otras firmas norteamericanas desarrollan nuevos productos, los mejoran o descubren la manera de producirlos más baratos.  Esto es sencillamente competencia de mercado en la práctica, la principal causa del elevado nivel de vida del trabajador norteamericano. Si queremos beneficiarnos de un sistema económico vivo, dinámico e innovador, debemos aceptar la necesidad de la movilidad y de la transformación.  Puede ser aconsejable facilitar dichas transformaciones, y hemos adoptado varias medidas para que así sea, tales como el seguro de desempleo, pero debemos tratar de alcanzar ese objetivo sin destruir la flexibilidad del sistema, lo que habría sido matar a la gallina de los huevos de oro.  En cualquier caso, todo lo que hiciésemos debería ser imparcial con respecto al comercio exterior e interior.
¿Que determina los artículos que nos interesa importar y exportar? Un trabajador estadounidense es en la actualidad más productivo que un trabajador japonés. Es difícil precisar en qué grado, pues las estimaciones difieren.  Pero supongamos que es una vez y media más productivo.  En ese caso, los salarios de los estadounidenses podrán comprar por término medio una vez y media más cosas que los salarios de los trabajadores japoneses. Es antieconómico utilizar a trabajadores norteamericanos en algo en que sean menos de una vez y media más eficientes que sus colegas japoneses. En la jerga económica acuñada hace más de 150 años, se le llama a eso principio de la ventaja comparativa.  Aunque fuésemos más eficientes que los japoneses en la producción de todo, no nos interesaría producirlo todo. Deberíamos concentrarnos en las cosas que hiciésemos mejor, aquellas en que nuestra superioridad no ofreciera dudas.
Un ejemplo: ¿acaso un abogado que escribiese a máquina dos veces más de prisa que su secretaría debería despedirla y escribir a máquina él mismo? Si el abogado es dos veces mejor mecanógrafo que su secretaria pero cinco veces mejor abogado que ella, tanto él como su secretaria hacen bien practicando él la abogacía y escribiendo ella a máquina.
Se dice que otra fuente de “competencia desleal” son las subvenciones que los gobiernos extranjeros conceden a sus industriales, lo cual les permite vender en los Estados Unidos por debajo de su costo.  Suponga que un gobierno extranjero concede dichas subvenciones, como sin duda hacen algunos. ¿Quién resulta perjudicado y quién se beneficia? Para pagar las subvenciones el gobierno extranjero debe gravar con impuestos a sus ciudadanos.  Estos son los que pagan las subvenciones, de las que se benefician los consumidores estadounidenses. Pueden comprar más barato los receptores de televisión, los automóviles o todo lo que está subvencionado.  ¿Deberíamos quejarnos contra este programa de ayuda extranjera? ¿Fue acaso un gesto de nobleza por parte de los Estados Unidos enviar mercancías y servicios como donaciones a otros países en el marco del Plan Marshall y, posteriormente, conceder ayuda al extranjero, y es en cambio un gesto vil el de esos países que nos conceden donaciones bajo la forma indirecta de bienes y servicios que nos venden a precio inferior a su costo? Los súbditos de los gobiernos extranjeros tienen motivos de sobra para quejarse. Deben soportar un nivel de vida más bajo en beneficio de los consumidores estadounidenses y de algunos conciudadanos suyos que poseen las industrias subvencionadas o trabajan en ellas.  No cabe duda de que, si dichas subvenciones se conceden de forma repentina o irregular, la medida afectará negativamente a los propietarios y trabajadores estadounidenses de las industrias que produzcan los mismos artículos.  Sin embargo, éste es uno de los riesgos ordinarios que corre el que está metido en negocios.  Las empresas nunca se quejan de los acontecimientos insólitos o accidentales que les procuran ganancias inesperadas.  El sistema de libertad de empresa es un sistema de beneficios y de pérdidas.  Tal como ya hemos indicado, cualquier medida tendente a facilitar la adaptación a los cambios repentinos se debería aplicar de forma imparcial al comercio interior y exterior.
En cualquier caso, es probable que las perturbaciones sean temporales. Suponga que, por el motivo que sea, el Japón decidiese subvencionar fuertemente el acero. Si no se adoptasen nuevos aranceles o cupos, las importaciones de acero en los Estados Unidos aumentarían vigorosamente.  Esto provocaría la caída del precio del acero en los Estados Unidos y los acereros norteamericanos pararían la producción del mismo, con lo cual se produciría desempleo en el sector.  Por otra parte, los productos hechos con acero se podrían adquirir a precio más barato.  Los compradores de dichos artículos dispondrían de dinero sobrante para gastar en otras cosas. La demanda de otros artículos aumentaría, como también el número de trabajadores empleados en las empresas que los fabricasen. Naturalmente, requeriría tiempo absorber a los trabajadores del acero que se habrían quedado sin empleo.  No obstante, en compensación, trabajadores de otros sectores que estaban parados dispondrían ahora de puestos de trabajo. No tendrá por qué haber una pérdida neta de empleo, y se produciría un aumento de la producción porque los obreros que ya no hiciesen falta para producir acero estarían disponibles para producir cualquier otra cosa. 

Comentario: En otras palabras, un país debería dedicarse a la producción de bienes y servicios en donde tenga mayores ventajas comparativas, es decir, donde sea mayor la rentabilidad social derivada de su producción.  Al hacerlo de esa manera se beneficiaría la sociedad en su conjunto, porque como decía Smith, es preferible comprar en el extranjero lo que resulta más caro producir localmente y vender en el exterior, lo que resulta más barato producirlo.  De todas maneras no deja de ser polémico y bastante discutible este argumento, pues el propio Friedman reconoce que tomaría tiempo absorber a los productores y obreros desempleados.  No obstante, considero que serían más los beneficios que los perjuicios derivados del libre comercio a nivel mundial, porque la productividad económica y no la imposición política de aranceles y demás trabas al intercambio, sería la que determinaría las ganancias del comercio internacional. 
La misma falacia de mirar sólo un aspecto de la cuestión se presenta cuando se solicitan aranceles con la finalidad de crear puestos de trabajo. Se dice que, si se aplican aranceles a las importaciones textiles, se fomentará la producción y el empleo en la industria textil nacional. Sin embargo, los fabricantes extranjeros que no pueden vender ya sus tejidos en los Estados Unidos ganarán también menos dólares y dispondrán de menos dinero para gastarlo en los Estados Unidos.  Las exportaciones disminuirán para equilibrar la disminución en las importaciones. El nivel de empleo aumentará en la industrial textil y disminuirá en las industrias exportadoras. Y el traslado de empleo a actividades menos productivas reducirá la producción total.
El argumento de seguridad nacional de que una próspera industria nacional de producción de acero, por ejemplo, es necesaria para la defensa, no se apoya en bases más sólidas.  Las necesidades de la defensa nacional sólo representan una pequeña fracción del volumen total de acero empleado en los Estados Unidos.  Y no es probable que la libertad total en el comercio del acero acabase con la industria acerera estadounidense. Las ventajas de estar cerca de las fuentes de suministro, de combustible, en fin; y, la proximidad del mercado garantizarían la existencia de una industria acerera nacional relativamente grande, aún permitiéndose las importaciones.  De hecho, la necesidad de hacer frente a la competencia exterior, en lugar de buscar refugio tras las barreras proteccionistas gubernamentales, habría podido dar perfectamente cabida a una industria del acero más fuerte y más eficaz que la actual. 
(…) ¿Qué ocurre con el argumento de que debemos defender el dólar y evitar que pierda valor frente a otras monedas (el yen japonés, el marco alemán o el franco suizo)? Se trata de un problema completamente artificial. Si los tipos de cambio de las monedas se establecen en un mercado libre, quedarán fijados al nivel que determine el mercado.  El precio resultante del dólar expresado en yenes, por ejemplo, puede situarse provisionalmente por debajo del nivel justificado por el costo respectivo en dólares y en yenes de las mercancías norteamericanas y japonesas. Si es así, se dará a las personas involucradas en esta situación un incentivo para adquirir dólares y conservarlos durante un tiempo con el fin de realizar un beneficio cuando el precio suba.  Al disminuir el precio de yenes de las exportaciones norteamericanas al Japón, se estimularán dichas exportaciones; al aumentar el precio en dólares de las mercancías japonesas se desalentarán las importaciones procedentes del Japón. Estos fenómenos harán aumentar la demanda de dólares corrigiendo de ese modo su bajo precio inicial.  El precio del dólar, si se determina libremente, cumple la misma función que todos los demás precios: transmite información y procura un incentivo para actuar con arreglo a la misma, porque afecta las rentas que perciben los que participan en el mercado.
Entonces, ¿a qué viene tanto furor a causa de la “debilidad” del dólar? ¿Por qué se suceden las crisis del comercio internacional? La razón inmediata es que los tipos de cambio internacional no los ha fijado un mercado libre.  Las autoridades de los bancos centrales intervienen en gran escala con la finalidad de influir en la cotización de sus monedas.  Al hacerlo pierden enormes sumas de dinero de sus ciudadanos (para los Estados Unidos, cerca de dos mil millones de dólares desde 1973 hasta principios de 1979), y lo que es más importante, impiden que este grupo de precios realice la función que le es propia.  No logran en cambio impedir que las fuerzas económicas básicas hagan sentir finalmente sus efectos sobre los tipos de cambio, pero son capaces de mantener tipos de cambio artificiales durante largos intervalos. El efecto ha consistido en impedir su gradual ajuste a las fuerzas subyacentes. Las pequeñas perturbaciones se han sumado a las grandes, dando lugar a una importante “crisis” de los tipos de cambio internacionales.
¿Por qué intervienen los gobiernos en los mercados de cambios internacionales? Porque los tipos de cambio exteriores reflejan las políticas económicas interiores.  El dólar estadounidense se ha mostrado débil en comparación con el yen japonés, el marco alemán y el franco suizo, principalmente debido a que la inflación ha sido mucho mayor en los Estados Unidos que en dichos países.  Inflación significa que el dólar tenía un poder adquisitivo cada vez menor en el mercado interior.  ¿Deberíamos sorprendernos de que su poder adquisitivo se reduzca también en el exterior? ¿O de que los japoneses, alemanes o suizos se nieguen a intercambiar la misma cantidad de su moneda nacional por un dólar? Pero los gobiernos, como todos nosotros, tratan por todos los medios de ocultar o compensar las consecuencias indeseables de su propia política.  Un gobierno que provoca inflación se ve conducido a tratar de manipular el tipo de cambio exterior. Si fracasa, culpa de la inflación interna a la baja experimentada por el tipo de cambio exterior, en vez de reconocer que causa y efecto siguen el camino inverso.
Comentario: Siguiendo los argumentos económicos de Friedman, podemos decir entonces que la principal causa para la gigantesca devaluación que se presentó en el Ecuador durante el período: 1998-1999, obedeció a la inflación.  La secuencia en nuestro país fue la siguiente: Emisión monetaria inorgánica à Elevada Inflación à Subida de las tasas de interés à Devaluación Monetaria à Dolarización oficial.  Como diría Guy Sorman: “la economía no miente”.  Los principios científicos de la economía se cumplen en cualquier país del mundo.
En toda la voluminosa literatura escrita durante los últimos siglos sobre la libertad de comercio y proteccionismo, sólo se exponen tres argumentos en favor de los aranceles que, en principio, pueden tener cierta validez.
El primero es el argumento de seguridad nacional ya mencionado.  Aunque este argumento suele ser con mucha frecuencia más una manifestación en favor de aranceles particulares que una razón válida para los mismos, no se puede negar que a veces puede justificar el mantenimiento de medios de producción antieconómicos.  Para profundizar este reconocimiento de posibilidad y establecer que en un caso específico un arancel u otra restricción comercial se justifican en aras de la seguridad nacional, sería necesario comparar el costo de consecución del objetivo de seguridad específico que ofrecen distintas políticas alternativas y presentar argumentos que mostrasen claramente que la barrera comercial impuesta en contra de las importaciones, es la alternativa menos costosa.  Estas evaluaciones rara vez se dan en la práctica.
El segundo es el argumento de “industria naciente” esgrimido, entre otros autores, por Alexander Hamilton en su Report on Manufactures.  Se denomina así la actividad potencial que, una vez establecida y apoyada durante sus crisis de crecimiento, es capaz de competir en igualdad de condiciones en el mercado mundial. Se dice que un arancel provisional se justifica para proteger a la industria potencial durante su infancia y permitirle crecer hasta alcanzar su madurez, momento en que es capaz de desenvolverse por sí sola.  Aunque la industria pudiese competir con éxito una vez enraizada, esto no justificaría un arancel inicial. Sólo es útil para los consumidores subvencionar la industria inicialmente -lo cual es lo que en realidad hacen exigiendo un arancel- si luego pueden volver a recibir como mínimo el importe de dicha subvención de alguna otra manera, a través de precios futuros más bajos que el precio mundial, o por medio de otras ventajas que les procure el hecho de tener esa industria.  Pero, en este caso, ¿se necesita una subvención? ¿No compensará entonces a los distintos inversores en al industria soportar las pérdidas iniciales mientras esperan hallarse en condiciones de recuperarlas más tarde? ¿Después de todo, la mayoría de las empresas sufren pérdidas en los primeros años, mientras se están estableciendo. Esto es cierto tanto si las empresas se crean en un sector nuevo como en uno tradicional.  Puede que exista alguna razón concreta por la que los participantes originales no puedan recuperar sus pérdidas iniciales, aún siendo útil para la comunidad en general efectuar la inversión inicial.  Pero la carga de la prueba recae sobre quienes alegan esto.
El argumento de la industria naciente es una cortina de humo.  Este tipo de industrias nunca se desarrollan. Una vez establecidos, los aranceles son rara vez eliminados.  Además, el argumento casi nunca se utiliza en nombre de verdaderas industrias nacientes aún no establecidas de las que hubiese motivos para pensar que, sí se estableciesen, podrían sobrevivir recibiendo una protección provisional. Estas empresas no tienen propagandistas.  El argumento citado se emplea para justificar aranceles en favor de industrias más bien veteranas que pueden ejercer presiones políticas.
Comentario: Al leer los argumentos de Friedman, debe quedar claro que él de modo alguno abogaba por un “capitalismo salvaje” y beneficiario de los productores capitalistas; al contrario él denunció en forma valiente, la perniciosa alianza entre los poderes políticos y económicos en contra del indefenso y maltratado individuo consumidor, que se veía obligado a pagar precios cada vez más caros, dada la imposición arancelaria que únicamente ha servido desde los tiempos de Adam Smith, hasta el presente, para que industriales incapaces de competir, dada su ineficiencia frente a productos procedentes del extranjero, obtengan ganancias a costa de una pérdida de bienestar social del consumidor. 
(…) Un tercer argumento, que ya fue esgrimido por Alexander Hamilton y que se sigue repitiendo en la actualidad, es que la libertad de comercio estaría muy bien si la practicasen todos los países, pero como no lo hacen, los Estados Unidos no pueden implantarla por su cuenta.  Este argumento no tiene validez en ningún caso, ni a nivel de principios ni a nivel práctico. Otros países que imponen restricciones al comercio internacional nos perjudican, pero también se perjudican a sí mismos. Aparte de los tres casos ya mencionados, si por nuestra parte imponemos restricciones, lo único que conseguimos en contribuir a nuestro perjuicio perjudicando asimismo a los demás. ¡Difícilmente cabe mayor sadismo y masoquismo en la sensible política económica internacional! Lejos de suscitar una reducción de las restricciones aplicadas por los demás países, esta clase de actos de represalia lo único que hacen es provocar más restricciones indiscriminadamente.
Somos una gran nación, los líderes del mundo libre.  Mal podemos permitirnos exigir a Hong Kong y Taiwán la imposición de cupos a la exportación de textiles para “proteger” nuestra industria textil a expensas de los consumidores norteamericanos y de los trabajadores chinos de Hong Kong y Taiwán.  Hablamos entusiastamente de las virtudes de la libertad de comercio, mientras utilizamos nuestro poder político y económico para inducir al Japón a que reduzca sus exportaciones de acero y de televisores. Deberíamos adoptar unilateralmente la libertad de comercio, no de forma instantánea, sino a lo largo de un período de, pongamos por caso, cinco años, a un ritmo anunciado de antemano.
Pocas medidas que pudiésemos tomar lograrían hacer más para promover la causa de la libertad en nuestro país y en el exterior, que la libertad total de comercio. En lugar de conceder subvenciones a los gobiernos extranjeros en nombre de la ayuda económica -promoviendo con ello el socialismo-, imponiendo al mismo tiempo restricciones a los artículos que producen -entorpeciendo con ello la libertad de comercio-, podríamos adoptar una postura sólida y basada en principios. Podríamos decir al resto del mundo: creemos en la libertad y tratamos de ponerla en práctica.  No podemos forzarles a que sean libres, pero sí ofrecerles nuestra total cooperación en igualdad de condiciones. Nuestro mercado les está abierto sin aranceles u otras restricciones. Vendan en él lo que puedan y quieran. Compren lo que puedan y quieran.  De esta manera, la cooperación entre individuos podrá hacerse a escala mundial y libremente.
Comentario: En este escrito de Friedman, se puede apreciar en toda su dimensión la falacia de los escritos de Ha Joon Chang.  ¿Cómo puede decir este economista heterodoxo, que los EEUU fueron proteccionistas primero y después liberales? ¡Si vemos claramente la forma en que Milton Friedman criticaba a los gobiernos norteamericanos de su tiempo, precisamente por ser proteccionistas! Friedman claramente abogaba por una mayor libertad de comercio a nivel global, pero aunque no fuese así, aconsejaba incluso que el gigante norteamericano, eliminara en forma unilateral sus aranceles, con la finalidad no de beneficiar a los grandes capitalistas, sino al simple y sencillo consumidor individual estadounidense y al humilde trabajador de otras latitudes fuera de los EEUU, es decir, Friedman de modo alguno era nacionalista, ni defendía los mezquinos intereses de los capitalistas de su país.  Él defendía una mayor libertad de comercio, en beneficio de todos los países del mundo, que saldrían ganando con el libre comercio.  ¿Dónde queda ahora el argumento de Ha Joon Chang, de que los países industrializados utilizaron deliberadamente proteccionismo para su prosperidad y que después “patearon la escalera del desarrollo” para que otros países no pudieran subirse, predicando ahora si el liberalismo, olvidándose que siempre lo han hecho desde hace más de 200 años, cuando Smith escribiera “la riqueza de las naciones”? ¡Si resulta evidente que los gobiernos norteamericanos a los que Friedman criticaba, no utilizaron en forma deliberada al proteccionismo, simplemente lo emplearon con la finalidad de favorecer intereses político-económicos, derivados de la nefasta alianza entre el Estado y los industriales locales temerosos de perder sus ganancias y de enfrentarse a una competencia, que los obligaría a mejorar su producción! ¡De modo alguno EEUU, empleó proteccionismo para desarrollarse! Y no se puede ser tan simplista como para argumentar que debido al comercio protegido se puede ser un país próspero.  Cuando la experiencia de los países que no son autosuficientes como EEUU o Gran Bretaña, nos enseña que gracias al liberalismo: económico, social, comercial y político es posible prosperar.  En el ámbito comercial resulta hasta cierto punto lógico que si se permite el acceso de productos extranjeros al país, eso obligará a que los productores nacionales busquen mecanismos que los alienten a ser más productivos, a no desperdiciar recursos, a producir con criterios de calidad; beneficiándose la sociedad entera de este clima de libertad y de solidaridad también.  ¿Chile por ejemplo en Sudamérica, a raíz del liberalismo introducido por Friedman en la década del 70, no se volvió más productivo y competitivo, con una inmensa vocación exportadora, siendo al mismo tiempo social el modelo, al reducirse la pobreza en estos más de 30 años del 43% al 13% actual?    
 Las Razones Políticas Para la Libertad de Comercio
La interdependencia es una característica omnipresente en el mundo moderno: en la propia esfera económica, entre un grupo de precios y otro, entre una industria y otra, entre un país y otro: en la sociedad en general entre la actividad económica y las actividades culturales, sociales y asistenciales; en la organización de la sociedad, entre la disposiciones económicas y las políticas, entre la libertad económica y la libertad política.
También en la esfera económica, las disposiciones económicas se entrelazan con las políticas.  La libertad de comercio internacional favorece las relaciones armoniosas entre naciones de distintas culturas e instituciones, de igual modo que la libertad de comercio interior favorece las relaciones armoniosas entre individuos de distintas creencias, actitudes e intereses.
En un mundo que practique la libertad de comercio, como en una economía libre en cualquier país, se efectúan transacciones entre entidades privadas: individuos, empresas comerciales, instituciones benéficas. Las condiciones en que se realiza cualquier transacción son aceptadas por todas las partes que intervienen en la misma. La transacción no se producirá mientras las partes no crean que vayan a resultar beneficiadas con su realización.  Como consecuencia de ello, los intereses de las diversas partes se armonizan. La cooperación, y no el conflicto, es la regla.  Cuando intervienen los gobiernos, la situación es muy distinta. Dentro de un país, las empresas buscan la concesión de subvenciones por parte de su gobierno, ya se directamente o bien en forma de aranceles u otras restricciones al comercio. Tratarán de escapar a las presiones económicas de los competidores que amenazan su capacidad de obtención de beneficios, o su misma existencia, recurriendo a la adopción de presiones políticas que impongan costos a los demás. La intervención de un gobierno en favor de las empresas de su país hace que las empresas de los demás países busquen la ayuda de sus propios gobiernos para contrarrestar las medidas tomadas por aquel gobierno. Las disputas privadas generan las disputas entre gobiernos. Cualquier negociación comercial se convierte en una cuestión política. Altos funcionarios del gobierno asisten en todo el mundo a conferencias comerciales. Las fricciones se multiplican. Varios ciudadanos de todos los países resultan insatisfechos al final de las negociaciones y terminan creyendo que han sido los que se han llevado la peor parte. El conflicto, y no la cooperación, es la regla.
Los cien años que van desde la batalla de Waterloo hasta la Primera Guerra Mundial ofrecen un notable ejemplo de los beneficiosos efectos del librecambismo sobre las relaciones entre las naciones.  Gran Bretaña era la primera nación del mundo, y en el transcurso de dicho siglo desarrolló una libertad de comercio completa. Otras naciones, especialmente las occidentales, entre las que se encontraban los Estados Unidos, adoptaron una política económica similar, si bien en forma menos decidida. En lo esencial, la gente era libre de comprar y vender mercancías de quien y a quien quisiese dondequiera que viviese, tanto si habitaba el mismo o distinto país, y en las condiciones que acordaban mutuamente.  Aún hay algo que nos puede sorprender más en la actualidad, y es que la gente era libre de viajar por toda Europa y por gran parte del mundo sin pasaporte y sin demasiadas inspecciones de aduana. Tenía libertad para emigrar y podía entrar y hacerse residente y ciudadana en casi todos los países, especialmente en los Estados Unidos.
Comentario: Friedman abogaba también por el libre ingreso y salida de ciudadanos hacia y desde los EEUU… ¡Era un verdadero liberal, socialmente responsable!  Fue él quien señaló que cuando la gente carece de oportunidades en su propio país, simplemente huye de allí, esto es, “vota con sus pies”, por ello se oponía a no permitir el libre flujo de personas a escala global. 
Como consecuencia de ello, el siglo que va de Waterloo a la Primera Guerra Mundial fue uno de los más pacíficos de la historia humana entre las naciones occidentales, y se vio sacudido únicamente por algunas guerras secundarias: la de Crimea y las franco-prusianas fueron las más destacadas, y, naturalmente, una importante contienda civil en los Estados Unidos, consecuencia de la cuestión capital de la esclavitud, que había apartado al país de la libertad política y económica.
En el mundo moderno, los aranceles y restricciones similares al comercio han sido una fuente de fricciones entre los países. Pero una fuente mucho mayor de perturbaciones ha sido el trascendental intervencionismo en la economía de Estados tan colectivistas como la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, la España de Franco.  Así como en los países comunistas, desde Rusia y sus satélites, hasta China.  Los aranceles y las restricciones similares perturban las señales trasmitidas por el sistema de precios, pero al menos dan cierta libertad a los individuos para responder a dichas señales perturbadas. Los países colectivistas (socialistas comunistas) han introducido elementos autoritarios de mucho mayor alcance.
Las transiciones completamente privadas son imposibles entre ciudadanos de una economía predominantemente de mercado y de un Estado colectivista. Una parte está representada necesariamente por funcionarios gubernamentales.  Las consideraciones políticas son ineludibles, pero las fricciones se minimizarían si los gobiernos de las economías de mercado otorgasen a sus ciudadanos la máxima libertad posible de acción para hacer sus propios negocios con los gobiernos colectivistas.  Tratando de emplear el comercio como arma política, o las medidas políticas como un medio para incrementar el comercio con los países colectivistas, sólo se consigue empeorar las inevitables fricciones políticas. 
Comentario: En este párrafo se puede apreciar que Friedman, no estuvo de acuerdo con el embargo comercial al Gobierno de Cuba, dado que no se puede utilizar medidas económicas para castigar políticamente a otras naciones, por más comunistas o colectivistas que sean.
Libertad de Comercio Internacional y Competencia Interior
El grado de competencia en un país está íntimamente relacionado con las disposiciones comerciales internacionales. La protesta pública contra los “trusts” y los “monopolios” a finales del siglo pasado, provocó la creación de la Interstate Commerce Commission (Comisión de Comercio Interestatal) y la promulgación de la Ley Sherman Anti-Trust, completada posteriormente con otras disposiciones legales encaminadas a promover la competencia. Estas medidas han tenido efectos muy ambiguos. En algunos aspectos, han incrementado la competencia, pero en otros han tenido efectos negativos.
Aunque semejantes medidas respondiesen a las esperanzas de los que las patrocinaron, no se podía hacer tanto para asegurar la competencia efectiva como con la eliminación de todas las barreras al comercio internacional.  La existencia de sólo tres fabricantes importantes de automóviles en los Estados Unidos. -uno de los cuales al borde de la bancarrota- constituye una amenaza de precios monopolísticos.  Pero déjese a los fabricantes de automóviles del mundo competir con General Motors, Ford y Chrysler para hacerse con la clientela norteamericana, y el espectro de los precios monopolísticos se esfumará.
Eso ocurre en todas las actividades. Pocas veces se puede establecer un monopolio en un país que no practique la ayuda gubernamental a las claras o encubiertamente, en forma de un arancel o de otro dispositivo.  Lo que resulta casi imposible a escala mundial.  El monopolio en diamantes de De Beers es el único que conocemos que parece haberlo conseguido.  No tenemos noticia de ningún otro caso de monopolio que haya logrado existir durante largo tiempo sin la ayuda de los gobiernos: la OPEP y las primeras agrupaciones de empresas dedicadas a la explotación del caucho y del café ofrecen, sin duda, los ejemplos más notorios. Y la mayoría de estas agrupaciones patrocinadas por los gobiernos no duraron demasiado. Se deshicieron bajo la presión de la competencia internacional, suerte que creemos espera también a la OPEP. En un mundo de libre comercio, los cárteles internacionales desaparecerían incluso más de prisa.  Aun en un mundo de restricciones comerciales, los Estados Unidos, mediante el libre comercio, unilateral si fuera necesario, podrían llegar a la práctica eliminación de cualquier peligro significativo de monopolios internos.
Comentario: Friedman al igual que Smith, se oponía a los monopolios.  Lo veía como una nociva interferencia para el libre comercio, en el sentido de que a través de sus estrategias, era capaz de imponer precios, reduciendo la producción de bienes (menos oferta aumenta el precio de los productos), disminuyendo en consecuencia el bienestar social de la mayoría de seres humanos a nivel mundial.  Detrás de cada arancel o restricción comercial, Friedman visualizaba un peligro potencial para el surgimiento de monopolios, dado que estas estructuras de mercado denominadas por la teoría económica como de competencia imperfecta, se oponen a la libertad individual de la gente sencilla y común, que no podrá comprar mayores cantidades de productos con mejor calidad, a un menor precio.  ¿Seguirán insistiendo ahora en sus acusaciones político-ideológicas a Friedman y a los demás liberales, con argumentos tales como que estaban a favor de los grandes capitalistas y transnacionales; si vemos claramente que ellos fueron los primeros en oponerse a prácticas abiertamente anticompetitivas, anti consumidor, pro empresas ineficientes (poco productivas) y anti beneficio social para la gran masa poblacional?
Planificación Económica Central
Viajando por países subdesarrollados, nos hemos sentido una y otra vez profundamente impresionados por el asombroso contraste entre las ideas que sobre la realidad sostienen los intelectuales de estos países y muchos especialistas occidentales, por una parte, y los hechos escuetos, por otra.  
Comentario: En este párrafo Friedman se admira ¡y con razón! De que muchos intelectuales en los países subdesarrollados, no sepan distinguir claramente entre lo que simplemente es una buena teoría y la realidad, reflejada en los hechos.  Como decían Mendoza, Montaner y Vargas Llosa en su libro “Manual del perfecto idiota latinoamericano”: “La realidad, demuele mentiras ideológicas”.
En todas, partes, aquéllos dan por sentado que el capitalismo de libre empresa y el sistema de mercado son instrumentos para explotar a las masas, mientras que la planificación económica central es la tendencia del futuro que colocará a sus países en la senda del progreso económico rápido.  Tardaremos en olvidar la censura que uno de nosotros recibió por parte de un importante empresario hindú, extremadamente culto y muy próspero -físicamente, el “modelo” de la caricatura marxista de un obeso capitalista-, como respuesta a unas observaciones que correctamente interpretó como crítica a la detallada planificación central de la India. Nos dijo en términos precisos que el gobierno de un país pobre como la India simplemente tenía que controlar las importaciones, la producción interna y la asignación de la inversión -y, por deducción, garantizar privilegios especiales en todas estas áreas que son la fuente de su propia prosperidad- a fin de asegurar las prioridades sociales por encima de las demandas egoístas de los individuos.  Este empresario estaba expresando, sencillamente, los puntos de vista de los profesores y de otros intelectuales de la India y de otras partes. 
Comentario: Observen estimados lectores las magistrales enseñanzas que en este párrafo nos da Friedman.  Él asegura haber sido censurado por un empresario hindú, dado que según éste, el Estado tenía que intervenir siempre y en todo momento en la economía, especialmente en el tema de los aranceles.  La pregunta que cabe hacer aquí a todos los que aún sueñan utópicamente con el paraíso “socialista e intervencionista” es la siguiente: ¿Acaso hoy por hoy, la India no es uno de los países más prósperos y desarrollados del mundo, siguiendo el liberalismo económico socialmente responsable? ¡Obvio! la India actualmente, es uno de los países de más espectacular crecimiento económico en los últimos años, a nivel mundial; lógicamente después de que sus líderes decidieron confiar más en el libre mercado (con los debidos controles y regulaciones, pero no con intervenciones económicas nocivas) y escuchar menos a las doctrinas sociológicas y políticas; de esas que tanto les gusta a nuestros distinguidos académicos e intelectuales latinoamericanos.
La realidad misma es muy diferente. En todos los sitios en que encontramos algún elemento importante de libertad individual, alguna medida de progreso por lo que respecta a las comodidades materiales al alcance de los ciudadano ordinarios, y una esperanza extendida de un mayor progreso en el futuro, descubrimos también que la actividad económica se halla organizada principalmente a través del mercado libre.  En todos los sitios en que el Estado se encarga de controlar minuciosamente las actividades económicas de sus ciudadanos, es decir, en todos los países en que rige una planificación central pormenorizada, los ciudadanos ordinarios están políticamente encadenados, tienen un nivel de vida bajo y escaso poder para controlar su propio destino.  El Estado puede prosperar y construir monumentos impresionantes.  Las clases privilegiadas pueden gozar de todas las comodidades materiales, pero el común de la población no es más que un instrumento utilizable para conseguir los fines del Estado, y no recibe más de lo necesario para mantenerlo dócil y razonablemente productivo. 
Comentario: Es genial la descripción que Friedman hace de las economías centralmente planificadas, esto es, países donde una casta dominante, controla al pueblo subordinado a su antojo, a través de dádivas y demás migajas, con la finalidad de mantenerlo dócil y razonablemente productivo.  ¿Acaso no pasa eso actualmente en Cuba, en Corea del Norte y en Venezuela?  ¿Es ese el edénico paraíso, en el que nos proponen vivir ciertos escritores e intelectuales hispanoamericanos, como Ignacio Ramonet, Eduardo Galeano, Heinz Dieterich, entre otros? 
El ejemplo más obvio radica en el contraste entre la Alemania del Este y del Oeste, inicialmente partes de un único país, roto en dos como consecuencia de las vicisitudes de la guerra.  Gentes de un mismo origen, con una misma civilización, un mismo nivel de desarrollo técnico y conocimiento, habitan las dos partes. ¿Qué parte ha prosperado? ¿Qué parte debió construir un muro para encerrar a sus habitantes? ¿Qué parte lo protege hoy día con guardias armados, acompañados de perros fieros, campos de minas e instrumentos fruto del ingenio diabólico, a fin de impedir que unos valientes y desesperados ciudadanos, dispuestos a arriesgar sus vidas, intenten abandonar su “paraíso comunista” por el “infierno capitalista” al otro lado del muro?  
Comentario: Aquí Friedman se refiere al contraste entre las dos Alemanias, antes de su reunificación ocurrida hace un poco más de 20 años (9 de noviembre de 1989).  A propósito habría que decirles a muchos intelectuales latinoamericanos, que el Muro de Berlín ya se cayó, porque simple y sencillamente la teoría marxista, no funcionó en la práctica, en los hechos, en el día a día, en la realidad pura y objetiva
A un lado de este muro, las calles y las tiendas brillantemente iluminadas son frecuentadas por una población alegre y bulliciosa. Algunos compran productos procedentes de todo el mundo.  Otros se dirigen a los numerosos cines o a otros lugares de diversión.  Pueden comprar libremente periódicos y revistas que expresen toda la variedad de opiniones.  Hablan entre sí o con extranjeros sobre cualquier tema y expresan una amplia variedad de opiniones sin echar una sola mirada hacia atrás por encima del hombro.  Una pasarela de menos de cien metros, después de esperar una hora en cola, rellenando formularios y esperando la devolución de los pasaportes, les llevará como nos llevó a nosotros, al otro lado de este muro.  Allí, las calles parecen vacías: la ciudad es gris y descolorida; los escaparates de las tiendas están apagados; los edificios, sucios.  La destrucción que la guerra provocó no ha sido reparada aún al cabo de más de tres décadas.  El único signo de animación o actividad que encontramos durante nuestra breve visita a Berlín Este, fue el centro de acogida.  Una hora en Berlín Este es suficiente para entender por qué las autoridades levantaron el muro.  
Comentario: Friedman al haber visitado Berlín Este, comprobó con sus propios ojos, porque el Gobierno marxista de Alemania Oriental decidió levantarlo.  La pregunta que les hago a los intelectuales y académicos latinoamericanos es la siguiente ¿Si es tan maravilloso el socialismo marxista, por qué razón sus autoridades tuvieron que levantar un muro? ¿No se supone que nadie querría escapar o huir de un sitio tan paradisíaco? Y sin embargo lo hacían, aún al riesgo de perder sus vidas, en caso de que los déspotas y tiranos que los gobernaban, los hubiesen encontrado escapándose de allí; como aún hoy en día y con lágrimas en los ojos, recuerdan y cuentan los pobres individuos que tuvieron el infortunio de sufrir en carne propia el horror y la pesadilla que supone vivir en un régimen totalitario, fanático y extremista, llamado socialismo marxista. 
Parecía un milagro cuando Alemania Occidental, un país devastado y derrotado, se convirtió en una de las economías más fuertes de Europa en menos de una década. Fue el milagro de un sistema de mercado libre.  Ludwig Erhard, un economista, era el ministro alemán de economía.  El domingo 20 de junio de 1948, introdujo una nueva moneda, el marco alemán, y abolió casi todos los controles sobre precios y salarios.  Actuó un domingo, le gustaba decir, porque las oficinas de las autoridades de ocupación francesa, americana e inglesa estaban cerradas. Dada su actitud favorable hacia los controles, estaba seguro de que si hubiera introducido la nueva moneda y abolido los controles cuando las oficinas estaban abiertas, las autoridades de ocupación habrían revocado sus órdenes. Sus medidas operaron como por arte de magia.  Al cabo de varios días las tiendas estaban llenas de bienes.  Al cabo de varios meses, la economía alemana progresaba a toda velocidad.
Incluso dos países comunistas, Rusia y Yugoslavia, ofrecen un contraste similar aunque menos extremado. Rusia es un país estrechamente controlado desde el centro.  Ha sido incapaz de impedir completamente la existencia de la propiedad privada y los mercados libres, pero ha intentado limitar su alcance tanto como ha sido posible. Yugoslavia empezó por el mismo camino. Sin embargo, después de que, bajo la dirección de Tito, rompiera con la Rusia de Stalin, el rumbo cambió drásticamente. Sigue siendo comunista, pero se promueven de forma deliberada la descentralización y el empleo de las fuerzas del mercado. La mayor parte de la tierra cultivable está en manos privadas, y sus productos se venden en mercados relativamente libres. Las empresas pequeñas -aquellas que tienen menos de cinco trabajadores- pueden estar en manos de empresarios privados. Este tipo de empresas está floreciendo, particularmente en el sector de la artesanía y del turismo.  Las cooperativas formadas por trabajadores son mayores, y constituyen una forma ineficaz de organización, pero al menos proporcionan algunas oportunidades a la responsabilidad e iniciativa personales. Los habitantes de Yugoslavia no son libres. Tienen un nivel de vida mucho más bajo que el de la vecina Austria u otros países occidentales similares.  Sin embargo, Yugoslavia sorprende al viajero observador que viene de Rusia, como en nuestro caso;  en comparación, es un paraíso.
En Oriente Medio, Israel, pese a proclamar una política y una filosofía socialistas, y aun interviniendo ampliamente el Estado en la economía, tiene un importante sector de mercado, sobre todo como consecuencia indirecta de la importancia del comercio exterior.  La política socialista ha retrasado el crecimiento económico, pero los ciudadanos gozan de una mayor libertad política y de un nivel de vida mucho más alto que los egipcios, que han sufrido una centralización del poder político mucho más extensa y a cuya actividad económica se han impuesto controles mucho más rígidos.
En el Lejano Oriente, Malasia, Singapur, Corea Taiwán, Hong Kong y Japón -países todos ellos que se apoyan extensamente en mercados libres- están prosperando.
Sus habitantes confían en el futuro. En estos sitios se está produciendo una explosión económica. Aplicando el mejor criterio para medir estas actividades, la renta anual per capita en estos países a finales de los años setenta oscilaba entre 700 dólares aproximadamente en Malasia, y alrededor de 5.000 en el Japón. En contraste con lo anterior, la India, Indonesia y China comunista, países dirigidos principalmente mediante sistemas de planificación central, han experimentado un estancamiento económico y una represión política. En el mismo momento, la renta per capita anual en esos países era de menos 250 dólares.
Los apologistas de la planificación económica centralizada cantaban las alabanzas de la China de Mao hasta que los sucesores de éste pregonaron el atraso de la China y lamentaron la falta de progreso durante los últimos veinticinco años.  Una parte del plan para modernizar el país consiste en permitir que los precios y los mercados desempeñen un papel más importante. Esta táctica puede producir considerables beneficios a partir del bajo nivel económico del país, tal como los produjo en Yugoslavia. Sin embargo, los beneficios se verán seriamente limitados mientras exista un estrecho control político de la actividad económica y la propiedad privada sea contenida. Además, si se deja salir al genio de la iniciativa privada fuera de la botella, incluso en este reducido campo, se plantearán problemas políticos que, antes o después, pueden provocar una reacción hacia un mayor autoritarismo. El resultado opuesto, el colapso del comunismo y su sustitución por un sistema de mercado, parece mucho menos probable, a pesar de que, como optimistas incurables, no lo desechamos completamente. De modo similar, ahora que el anciano mariscal. Tito ha muerto, Yugoslavia puede experimentar un período de inestabilidad política que quizá provoque una reacción hacia un autoritarismo mayor o, lo que es mucho menos probable, un colapso de la presente organización colectivista.
Un ejemplo especialmente iluminador, que vale la pena que examinemos con mayor detalle, es el contraste entre las experiencias de la India y el Japón; la experiencia hindú en los primeros treinta años tras la consecución de la independencia, en 1947, y la japonesa durante los primeros treinta años tras la Restauración Meiji en 1867. Los economistas y los especialistas en ciencias sociales en general rara vez pueden llevar a cabo experimentos controlados, tan importantes para comprobar las hipótesis en las ciencias de la naturaleza. Sin embargo se ha conseguido en este caso algo bastante cercano a un experimento controlado que podemos utilizar para comprobar la importancia de la diferencia entre los métodos de organización económica.
Los dos experimentos están separados por 80 años. En todos los demás aspectos los dos países se encontraban en circunstancias muy similares al comienzo de los periódicos que comparamos.  Los dos eran países con civilizaciones antiguas y una cultura refinada. Cada uno de ellos tenía una población muy estructurada. El Japón mantenía una organización feudal formada por daimyos (señores feudales) y siervos.  La india estaba organizada en un rígido sistema de castas, con los brahmanes situados en la cima y los “intocables” llamados por los británicos las “castas registradas”, en la base.
Los dos países experimentaron un profundo cambio político que trajo consigo una drástica alteración de las organizaciones políticas, económicas y sociales. En ambos lugares un grupo de dirigentes capaces y entregados alcanzaron el poder. Estaban llenos de orgullo nacional y determinados a convertir el estancamiento económico en rápido crecimiento, a transformar sus países en grandes potencias.
Casi todas las diferencias favorecían a la India y no al Japón. Los antiguos dirigentes japoneses habían impuesto un aislamiento casi completo con el resto del mundo.  El comercio internacional y el contacto se limitaban a una visita de un barco holandés al año. Los pocos occidentales a los que se permitía permanecer en el país eran confinados en un pequeño enclave, en una isla situada en el puerto de Osaka. Tres o más siglos de aislamiento obligado habían dejado al Japón ignorante del mundo exterior, muy por detrás de Occidente en ciencia y tecnología; casi nadie sabía leer o hablar lenguas extranjeras a excepción del chino.
La India era mucho más afortunada. Había disfrutado de un crecimiento económico substancial antes de la Primera Guerra Mundial. La lucha para conseguir la independencia de Gran Bretaña convirtió ese crecimiento en estancamiento durante el período entre las dos guerras mundiales, pero no condujo a la regresión. Las mejoras en el sistema de transporte habían acabado con las características localizadas que anteriormente constituyeron un azote periódico. La mayor parte de sus dirigentes se educaron en países avanzados de Occidente, sobre todo en Gran Bretaña. Los gobernantes británicos dejaron una administración muy experta e instruida, fábricas modernas y un sistema excelente de comunicaciones por ferrocarril. Nada de esto existía en el Japón en 1867. La India se encontraba tecnológicamente atrasada en comparación con el mundo occidental, pero la diferencia era menor que la que separaba al Japón en 1867 de los países avanzados de la época.
Los recursos físicos de la India eran, también muy superiores a los del Japón. Prácticamente, la única ventaja física que el Japón tenía era el mar, que le ofrecía un medio de transporte sencillo y pesca abundante. Con respecto al resto, la India era casi nueve veces mayor, y un porcentaje muy superior de su superficie estaba formado por terrenos llanos y accesibles. El Japón era en gran parte montañoso. Poseía sólo una estrecha franja de tierra cultivable y habitada a lo largo de la costa.
Finalmente, el Japón carecía de ayuda exterior. No se invirtió capital foráneo y ningún gobierno o fundación extranjera en los países capitalistas creó consorcio alguno que realizara donaciones u ofreciera préstamos a bajo interés al Japón. Debía depender de sí mismo para obtener capital con el que financiar su desarrollo económico. Tuvo un afortunado comienzo. En los primeros años tras la Restauración Meiji, las cosechas europeas de seda fueron desastrosas, lo que permitió al Japón exportar ese producto y conseguir más divisas de las que de otro modo habría podido obtener.  Aparte de esta corriente de divisas, no existía otras fuentes importantes de capital, organizadas o fortuitas.
La India se hallaba en una situación mucho mejor. Desde que consiguió la independencia en 1947, ha recibido una enorme cantidad de recursos del resto del mundo, en su mayoría sin contrapartida. Este flujo continúa hoy.
A pesar de la existencia de circunstancias similares en el Japón de 1867 y en la India de 1947, los resultados fueron completamente distintos. El Japón desmanteló su estructura feudal y extendió las oportunidades económicas y sociales a todos sus ciudadanos. La situación de la mayoría de la población mejoró rápidamente, aun cuando ésta aumentó en medida considerable. El Japón se convirtió en una potencia con la que se debía contar en la esfera política internacional. No alcanzó una libertad política y humana completa, pero consiguió grandes progresos en esta dirección.
La India se entregó, en teoría, a la eliminación de las barreras de casta, aunque en la práctica hizo escasos progresos.  Las diferencias de ingresos y de riqueza entre unos pocos y la mayoría se hicieron más amplias en vez de reducirse. Se produjo una explosión demográfica como había ocurrido en el Japón ochenta años antes, pero la producción económica no creció. Permaneció prácticamente estacionaria. De hecho, el nivel de vida del tercio más pobre de la población es probable que haya descendido. Tras el fin de la dominación británica, la India se preciaba de ser la mayor democracia del mundo, pero durante una época cayó en una dictadura que restringió la libertad de expresión y de prensa. Está en peligro de caer en la misma situación otra vez.
¿Qué puede explicar la diferencia de resultados? Muchos observadores apuntan a características humanas y a instituciones sociales diferentes. Los tabúes religiosos, el sistema de castas, una filosofía fatalista: se dice que todas estas características e instituciones encierran a los hindúes en la camisa de fuerza de la tradición se afirma también que son poco emprendedores y perezosos. Por el contrario, se elogia a los japoneses por su carácter trabajador, enérgico, deseosos de responder a las influencias procedentes del exterior, e increíblemente ingeniosos para adaptar a sus propias necesidades lo que aprenden de fuera.
Esta descripción de los japoneses puede ser correcta hoy en día. Pero en 1867 no lo era. Un antiguo residente extranjero en el Japón escribió. “No pensamos que el Japón se llegue a convertir en un país rico. Las ventajas con que le ha dotado la naturaleza, a excepción del clima, y la devoción por la indolencia y el placer que la misma gente tiene, lo impiden. Los japoneses son un pueblo feliz, y como están contentos con poco, no es probable que consigan mucho”. Otro escribió: “En esta parte del mundo, los principios establecidos y reconocidos en Occidente parecen perder la virtud y la vitalidad que originariamente pudieran poseer, y tienden fatalmente a convertirse en cizaña y corrupción”.
Igualmente, la descripción de los hindúes puede ser adecuada hoy para algunos de ellos que residen en la India, incluso quizá para la mayor parte, pero ciertamente este contrato no corresponde a los que han emigrado. En muchos países africanos, en Malaya, Hong Kong, las islas Fiji, Panamá y, en períodos mucho más recientes, en Gran Bretaña, los hindúes han sido empresarios prósperos, y en ciertos casos constituyen la capa más importantes de la clase empresarial. Han actuado a menudo como impulsores, iniciando y promoviendo el progreso económico. En la misma India existen personas emprendedoras, llenas de energías e iniciativa en los lugares en que ha sido posible escapar a la influencia desvirtuadora que se ejerce desde el control gubernamental.
En cualquier caso, el progreso económico y social no depende de las características o de la conducta de las masas.  En cada país una pequeña minoría señala el ritmo, determina el curso de los acontecimientos.  En las naciones que se han desarrollado más rápida y prósperamente, una minoría de individuos emprendedores y arriesgados ha avanzado constantemente, creando oportunidades para que las sigan quienes les imiten, y ha hecho posible que la mayor parte de la población aumente su productividad.
Las características de los hindúes que tantos observadores extranjeros deploran, son un reflejo, más que una causa, de la falta de progreso.  La pereza y la falta de espíritu emprendedor florecen cuando el trabajo duro y la asunción de riesgos no reciben recompensa. Una filosofía fatalista es una adaptación al estancamiento. La India no carece de individuos con las cualidades que pudieran iniciar y alimentar el mismo tipo de desarrollo económico que el Japón experimento a partir de 1867, o incluso el que se produjo en Alemania Occidental y el Japón después de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la verdadera tragedia de la India es que sigue siendo un subcontinente lleno de individuos sumidos en la pobreza más desesperada, cuando creemos que podría ser un país floreciente, vigoroso, cada vez más próspero y libre.
Encontramos recientemente un ejemplo fascinante que muestra el modo en que un sistema económico puede influir en las características de los individuos. Los refugiados chinos que se establecieron en Hong Kong una vez que los comunistas llegaron al poder, animaron el notable desarrollo económico de la colonia y alcanzaron una merecida reputación por su iniciativa, espíritu emprendedor, sobriedad y trabajo duro. La reciente liberalización de la emigración en la China Popular ha provocado una nueva corriente, con el mismo origen racial y las mismas tradiciones culturales básicas, pero con individuos educados y formados por treinta años de dominio comunista. Los empresarios que dieron trabajo a algunos de estos refugiados hablan de que son muy diferentes de los anteriores chinos que entraron en Hong Kong. Los nuevos inmigrantes tienen poco espíritu de iniciativa y quieren que se les diga con toda exactitud lo que tienen que hacer. Son indolentes y poco cooperativos. Sin duda, una estancia de varios años en el mercado libre de Hong Kong cambiará toda esta situación.
Comentario: Por lo que dice Friedman y la realidad objetiva, se ha sostenido insistentemente en este libro que la principal traba para el desarrollo de los países es mental, es político-ideológica y tiene que ver con las severas restricciones en el pensamiento del individuo que le colocan las ideas que culpan a los otros, a los países imperialistas, a las grandes potencias de nuestro atraso.  La única verdad es que un sistema de libre mercado, con los correspondientes controles estatales, en el ámbito de las reglamentaciones, el respeto a la propiedad privada y al Estado de derecho, hace que naciones otrora subdesarrolladas, puedan realmente progresar, elevando así la calidad de vida y las oportunidades de sus habitantes.  Tal como Milton Friedman, Adam Smith, Ludwig Erhard, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y otros científicos económicos, lo han demostrado a lo largo del tiempo.  ¡Los hechos son más importantes que las ideologías y que los mitos! ¡La economía debe primar por sobre la política!
¿Qué explica entonces las diferentes experiencias del Japón desde 1867 a 1897 y de la India desde 1947 hasta nuestros días? Creemos que puede afirmarse lo mismo que en los casos de las dos Alemanias, Israel y Egipto, y Taiwán y China Popular.  El Japón se apoyó principalmente en la cooperación voluntaria y en el sistema de mercado libre, en el modelo de la Inglaterra de su época.  La India se basó en la planificación económica central, es decir, en el ejemplo de la Inglaterra de su época.
El gobierno del Japón de aquel entonces, intervino en muchos aspectos y representó un papel clave en el proceso de desarrollo. Envió a muchos japoneses al extranjero para que recibieran una formación técnica e importó expertos del exterior. Creó plantas piloto en muchas industrias y concedió numerosos subsidios a otras. Pero en ningún momento intentó controlar la cantidad total, la dirección de la inversión o la estructura de la producción. El Estado mantuvo un interés importante sólo en las industrias de construcción naval y del hierro y el acero, al considerarlas necesarias para su poderío militar. Se quedó con estas industrias porque carecían de atractiva para la empresa privada y necesitaban considerables subvenciones gubernamentales. Estas ayudas representaban un drenaje de recursos.  Impidieron más que estimularon el progreso económico japonés.  Finalmente, un tratado internacional prohibió la imposición por parte del Japón de aranceles superiores al cinco por ciento durante las tres primeras décadas tras la Restauración Meiji. Esta restricción se convirtió en un verdadero regalo para el Japón, a pesar de que en la época de su imposición el país se sintió afectado, y una vez que las prohibiciones del tratado finalizaron, el Japón aumentó los aranceles. 
Comentario: En este párrafo podemos apreciar claramente que Milton Friedman no se oponía a la intervención reguladora y facilitadora de la inversión privada por parte del Estado.  Él no estaba de acuerdo con las decisiones gubernamentales y la activa intervención del Estado en materia económica, que eso es algo muy distinto, a plantear una nula intervención del sector público en los ámbitos económicos.  Como vemos, el gobierno japonés envió a sus técnicos al exterior e importó científicos expertos del extranjero, a más de conceder subsidios a sus industrias estratégicas e incentivó aquellas actividades no atractivas para la inversión privada.  Por tanto, el liberalismo social no se contrapone al desarrollismo inteligente de un Estado, pero si a qué se planifiquen centralmente las decisiones económicas y a que se fijen arbitrariamente los precios, pues esas son tareas que corresponde realizarlas a un mercado libre de nocivas interferencias: estatales, gremiales, sindicales e incluso de grupos de presión política y económica, capaces de crear monopolios y oligopolios, que perjudiquen el bienestar de la mayoría de la sociedad.  No obstante, Friedman es claro en manifestar que los aranceles son medidas proteccionistas únicamente de corto plazo, incapaces de ser sostenibles en el tiempo, por sus perniciosos efectos sobre el desarrollo de largo plazo.
La India está siguiendo una política muy distinta. Sus dirigentes consideran el capitalismo un sinónimo del imperialismo, que debe ser evitado a toda costa. Se embarcaron en una serie de planes quinquenales al estilo ruso que preveían programas detallados de inversión. Algunas áreas de producción están reservadas al Estado; en otras se permite a las empresas privadas que operen, pero sólo de conformidad con el plan. Un sistema a base de aranceles y cupos controla las importaciones, mientras que las subvenciones regulan las exportaciones.  El ideal es la autarquía.  Estas medidas han provocado escasez de divisas, que se soluciona mediante un minucioso y amplio control de cambios, lo que es una fuente muy importante tanto de ineficacia como de privilegio especial.  Los precios y los salarios están controlados. Para construir una fábrica o para realizar cualquier otra inversión se necesita una autorización gubernamental.  Los impuestos afectan a todas las áreas de actividad y son muy altos en teoría, pero en la práctica se evaden.  El contrabando, los mercados negros, las transacciones ilegales de todo tipo están tan extendidos como los impuestos, y minan todo respeto hacia la ley, aunque llevan a cabo un valioso servicio social al compensar en alguna medida la rigidez de la planificación central, y hacen posible la satisfacción de necesidades urgentes.
La confianza en el mercado liberó en el Japón recursos escondidos e insospechados de energía e ingenio. Impidió que unos intereses siniestros bloquearan el cambio. Obligó al desarrollo a ajustarse a la ingrata verificación de la eficiencia. El apoyo en los controles gubernamentales en la India impide la iniciativa privada o la desvía hacia el derroche. Protege los intereses ocultos de las fuerzas del cambio. Sustituye la eficacia del mercado por la autorización burocrática como criterio de supervivencia.
La experiencia obtenida en los dos países con los productos textiles hechos a mano y a máquina, sirve para ilustrar la diferencia de política. Tanto el Japón en 1867 como la India en 1947 tenían una amplia producción textil interna. En el Japón, la competencia extranjera no ejercía un efecto demasiado pronunciado sobre la producción doméstica de seda, quizá debido a la ventaja nipona con respecto a la seda en bruto, reforzada por el fracaso de la cosecha europea, pero destruyó la hilatura nacional de algodón y posteriormente el tejido a mano de tela. Se desarrolló una industria textil japonesa basada en fábricas. Al principio manufacturaba sólo los tejidos más bastos y de inferior calidad, pero posteriormente se dedicó a calidades cada vez superiores, y al final se ha convertido en una de las principales industrias de exportación.
En la India se subvencionó y se garantizó un mercado a los tejidos a mano, al parecer para facilitar la transición a la producción fabril. Esta crece gradualmente, pero este crecimiento ha sido controlado a fin de proteger la industria del tejido a mano.  La producción ha significado expansión. El número de telares manuales se ha doblado prácticamente de 1948 a 1978. En la realidad se puede oír el sonido de los telares manuales desde las primeras horas de la mañana hasta las últimas de la noche en millares de aldeas a lo largo de toda la India. No hay nada malo en la existencia de una industria de tejido a mano si puede competir con otras en los mismos términos. En el Japón todavía existe una industria de tejido a mano próspera, aunque extremadamente pequeña. Teje sedas de lujo y otros artículos. En la India, la industria de tejido a mano prospera porque está subvencionada por el gobierno. En efecto, se imponen cargas a individuos que no están en una posición más acomodada que los que mueven los telares, a fin de garantizar a éstos unos ingresos mayores de los que podrían alcanzar en un mercado libre.
A principios del siglo XIX, Gran Bretaña se enfrentaba precisamente con el mismo problema que Japón tuvo varias décadas más tarde y la India más de cien años después. El telar mecánico amenazaba con destruir una industria de tejido a mano próspera. Se nombró entonces una Comisión Real para investigar la industria. Esta consideró explícitamente la política seguida por la India: subvencionar el tejido a mano y garantizar un mercado a la industria. La comisión rechazó esa política desenfrenada sobre la base de que sólo empeoraría el problema básico (un exceso de tejedores manuales), es decir, precisamente lo que ha ocurrido en la India. Gran Bretaña adoptó la misma solución que el Japón: la política “ingrata”, a corto plazo pero a la larga beneficiosa, de permitir que las fuerzas del mercado actuaran por sí mismas.
Los Controles y la Libertad
A pesar de que los Estados Unidos no han adoptado la planificación económica central, el aumento del papel del Estado en la economía ha ido muy lejos durante los últimos cincuenta años. Esta intervención ha significado un costo en términos económicos. Las limitaciones que esta actuación impone a nuestra libertad económica amenazan con liquidar dos siglos de progreso económico. La intervención ha tenido también un costo político: ha limitado considerablemente nuestra libertad humana.
Los Estado Unidos de América siguen siendo un país predominantemente libre, uno de los países más libres del mundo.  Sin embargo, las  palabras del famoso discurso de Abraham Lincoln, House Divided [El país dividido], “un país dividido no puede durar [...] Tengo la esperanza de que esta nación no se hunda, sino que deje de estar dividida. Se convertirá toda ella en una cosa u otra”.  Estaba hablando sobre la esclavitud.  Sus proféticas palabras se pueden aplicar igualmente a la intervención gubernamental en la economía. Si continuáramos mucho más allá por este camino, nuestro dividido país se encontraría en el colectivismo.  Afortunadamente, es cada vez más manifiesto que los ciudadanos se dan cuenta del peligro y están decididos a parar y caminar hacia una actividad gubernamental cada vez menor.

La Libertad Económica
Una parte esencial de la libertad económica consiste en la facultad de escoger la manera en que vamos a utilizar nuestros ingresos: qué parte vamos a destinar para nuestros gastos y que artículos vamos a comprar; qué cantidad vamos a ahorrar y en qué forma; qué monto vamos a regalar y a quién.  En la actualidad, el gobierno, a nivel federal, estatal y local, utiliza en nuestro nombre más del 40 por ciento de nuestros ingresos.  Por supuesto, nosotros tenemos algo que decir sobre la cantidad de nuestros ingresos que el gobierno gasta en nuestro nombre. Participamos en el proceso político que ha conducido al gobierno a gastar más del 40 por ciento de nuestros ingresos.  El gobierno de la mayoría es un arbitrio necesario y deseable.  Sin embargo, es muy diferente al tipo de libertad que un individuo tiene cuando va a comprar a un supermercado. Cuando votamos una vez cada año, apoyamos ideales generales más que propuestas específicas. Si formamos parte de la mayoría, en el mejor de los casos obtendremos las propuestas que apoyamos y aquellas a las que nos opusimos, pero que consideramos, en conjunto, menos importantes. En general, al final nos encontramos con algo diferente de lo que pensábamos que estábamos votando. Si formamos parte de la minoría, debemos someternos al voto de la mayoría y esperar que llegue nuestro turno. Cuando votamos cada día en el supermercado, conseguimos exactamente lo que hemos votado, y lo mismo ocurre con todas las demás personas. La urna de las votaciones da lugar a un sometimiento sin unanimidad; el supermercado, por el contrario, a una unanimidad sin sometimiento. Por esta razón es importante utilizar las urnas, en tanto sea posible, sólo para las decisiones en que el sometimiento es esencial.
Otra parte esencial de la libertad económica es la de utilizar los recursos que poseemos de acuerdo con nuestros propios valores: libertad para aceptar un empleo, para comprometerse en un negocio, para comprar y vender, a cualquier otra persona, mientras actuemos sobre una base estrictamente voluntaria y no acudamos a la fuerza para coaccionar a los otros.
Hoy en día no somos libres para ofrecer nuestros servicios como abogados, médicos, dentistas, fontaneros, barberos, enterradores, o para empezar a trabajar en muchas otras ocupaciones, sin antes conseguir un permiso o una autorización de un funcionario gubernamental. No podemos trabajar horas extras en condiciones acordadas previamente con nuestro empresario, a menos que éstas estén de acuerdo con las normas y las reglamentaciones establecidas por un funcionario gubernamental.
Exigiría un libro mucho mayor que éste citar todas las restricciones que afectan a nuestra libertad económica, sin comentarlas en detalle.  Estos ejemplos pretenden sugerir, simplemente, el grado de penetración que estas restricciones han alcanzado” (Milton y Rose Friedman).
Las ideas económicas de Milton Friedman encontraron un suelo fértil para desarrollarse a plenitud en países como Chile y Hong Kong, dos de los países que serán analizados a continuación en el siguiente capítulo.
COMENTARIO: Luego de habernos deleitado con el brillante pensamiento de gente realmente valiosa y científica económica en todo el sentido de la palabra, como: Smith, Ricardo, Menger, Bohm Bawerk, von Mises, Hayek, Erhard y Friedman.  En el siguiente capítulo quedará demostrado fehacientemente, en la práctica económica, más que en el discurso y en la retórica propagandística; el gran éxito de la economía basada en los principios filosóficos, científicos, económicos, sociales y políticos de la doctrina liberal. 
Es común, sin embargo, entre los enemigos de la libertad, denostar las exitosas teorías liberales, con burdos calificativos como: “economía vulgar”, “economía imperialista”, “economía burguesa”, “economía de extrema derecha”, “economía neoliberal”, “apologistas del capitalismo”, en fin… Como no tienen argumentos, les queda únicamente la ofensa y la utilización de falsos mitos, en oposición a la pragmática realidad.  Realidad que siempre y en todo momento, demuele mentiras ideológicas.
Muy bien lo decía el genial Ludwig von Mises: “Aquellos que son más fanáticos en sus diatribas en contra del capitalismo, implícitamente le rinden homenaje, al clamar por los productos que éste crea”.  ¿Acaso aquellos que más lo combaten, viven en modestas casas, manejan autos destartalados o se comunican mediante celulares obsoletos? ¡Todo lo contrario!, los que más dicen aborrecer el capitalismo, el libre mercado y la globalización, son los que más disfrutan de los inventos del capitalismo liberal, pues por lo general viven en barrios exclusivos, un séquito de guardias privados los acompaña a todo lado a bordo de lujosos automóviles y son los más aficionados a coleccionar teléfonos móviles de última generación.  ¡Una cosa es el discurso y otra muy diferente los hechos! ¡Sean más sinceros y digan que les gusta el capitalismo!, aunque obviamente por marketing político, les convenga seguir diciendo que la libertad económica, el capitalismo y el liberalismo, son prácticas de la “derecha”, o del “Estado burgués”.  
Una cosa es decir que el capitalismo es un sistema desigual y en eso hay que trabajar, en humanizarlo, en socializarlo… nadie lo discute, pero de allí a tener la audacia de decir que es un sistema fracasado, como lo repiten insistentemente y sin base alguna, ciertos intelectuales y filósofos identificados con la izquierda… Eso es muy diferente…
Finalizamos este capítulo,  citando a Sir Winston Churchill, quien un día y con mucha razón señaló: “El vicio inherente al capitalismo es el desigual reparto de los bienes. La virtud inherente al socialismo es el equitativo reparto de la miseria”.

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